studió, al parecer, en la Universidad de Toledo, donde tuvo como profesor de matemáticas a Alonso Cedillo. Su formación técnica discurrió junto a Juan de Herrera, del que fue uno de los ayudantes en la construcción del Escorial. Mantuvo siempre una gran admiración por su maestro, llamándole, ya en su madurez, «varón en las ciencias matemáticas tan excelente que no puede España preciarse menos de tal hijo que Sicilia de Arquímedes e Italia de Vitrubio».

En 1584, al terminarse las obras del Escorial, Rojas se trasladó a Sevilla y, durante cuatro años, trabajó en diferentes construcciones de carácter civil en dicha ciudad o en zonas cercanas a la misma. Algunas de ellas, en especial una presa en el río Guadajoz que planteaba notables dificultades, le dieron un prestigio que culminó con su nombramiento de «maestro mayor de las fábricas (edificios) de la ciudad de Sevilla». En Sevilla conoció también a Tiburcio Spanochi, ingeniero italiano al servicio de Felipe II e importante figura en el campo de la arquitectura militar. Spanochi influyó poderosamente en la trayectoria de Rojas, siendo seguramente el responsable de que se dedicara a la fortificación.

En 1588, todavía como «maestro cantero», Rojas fue comisionado para inspeccionar las fortificaciones de Pamplona, encargo que debió a la intercesión de Spanochi. Al terminar este trabajo solicitó el nombramiento de «ingeniero real» que se le denegó de momento, a pesar de recibir un informe favorable, en el que se afirmaba que las obras por él realizadas «han salido muy buenas y que sabe muy bien la matemática». Este informe le valió, no obstante, el nombramiento de «maestro mayor de Cádiz», en cuyas fortificaciones trabajó hasta 1591.

Desde 1591 hasta 1595, Rojas residió en Bretaña como técnico al servicio del ejército expedicionario español allí desplazado. Redactó entonces una memoria en la que demostró la falta de fundamento de las modificaciones que el siciliano Giulio Lasso había propuesto para el revestimiento de las escarpas. Dicha memoria fue presentada a Felipe II en marzo de 1595 e informada favorablemente por Juan de Herrera poco más tarde. En octubre del mismo año, Rojas recibió, por fin, el nombramiento de «ingeniero real». Hasta su muerte se consagró a las tareas previstas en este nombramiento, consistentes en «asistir a todas las fábricas de las fortificaciones de castillos, torres y fortalezas que por mi mandato se han hecho y ordenare que se hagan en cualesquiera parte de mis Reinos». Destacó su trabajo en las fortificaciones de la costa andaluza comprendida entre Cádiz y Gibraltar, aunque estuvo también en otros territorios europeos y del norte de África dependientes de la corona española.

Junto a Rojas, colaborando con él como ayudantes, se formaron varios ingenieros o completaron su experiencia en temas de fortificación, entre los que sobresale Juan Cedillo Díaz. Por otra parte, Rojas fue profesor de la Academia de Matemáticas, la importante institución técnica que Felipe II fundó en Madrid por iniciativa de Juan de Herrera. Enseñó en ella «la materia de fortificación» y tuvo como principales asistentes a sus lecciones a ingenieros y militares, algunos de tanto relieve como Bernardino de Mendoza y Tiburcio Spanochi, su antiguo protector y maestro.

El éxito de esta enseñanza fue el motivo inmediato de que Rojas redactara un tratado sistemático que, con el títuloTeoría y práctica de fortificación, apareció impreso en 1598, después de que su autor lo sometiera a la crítica de Herrera y Spanochi. Considerada como la más importante publicación sobre el tema aparecida en la España del siglo XVI, comprende tres partes. La primera de ellas, tras un capítulo preliminar acerca de las condiciones que debe reunir un ingeniero para ocuparse de la fortificación, está consagrada a los fundamentos matemáticos. Comienza ocupándose de la aritmética y advierte «que todas las medidas y defensas de fortificación que están escritas de los ingenieros antiguos no nos sirven en este tiempo, conforme al arte militar presente»; a continuación, y con mayor amplitud, expone la geometría. La segunda parte trata de los principios generales de fortificación, empezando por la traza, aspecto en el que Mariátegui considera que reside la importancia del libro; estudia también problemas técnicos de la construcción de fortificaciones y del modo de levantar planos y manejar instrumentos. La tercera parte se ocupa principalmente del reconocimiento y adquisición de materiales, así como de técnicas como el corte de piedras, la cimentación del terreno o la arquitectura que debe saber el ingeniero.

Rojas publicó más tarde un resumen de su obra destinado a los militares sin una preparación técnica especial. Bajo el título deCompendio y breve resolución de fortificación, ofreció en ocho capítulos y poco más de cien páginas, una especie de síntesis divulgativa de la materia. Otro texto suyo impreso fue un pliego, publicado en 1611, en torno al problema «de que sean vacíos los baluartes de la fortificación y no macizos».

Quedaron manuscritas varias memorias técnicas de Rojas, entre ellas la de 1595, antes citada, y otra de 1609 relativa a «la fortificación del Puntal y Matagorda de la Bahía, de la ciudad de Cádiz». Más importante es elSumario de la milicia antigua y moderna(1607), libro suyo que circuló a través de copias manuscritas. Además de otros textos de menor interés, incluye unas «Reglas de la fortificación moderna», en las que amplía algunos aspectos de su obra de 1598, un «Tratado de la artillería» y una exposición monográfica sobre «un modo nuevo de fabricar dentro en la mar las torres a menos costa y la obra más firme». (En J. M.ª López Piñeroet alii,Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, Barcelona, Ediciones 62, 1983,s. v. Rojas, Cristóbal de).

Ejemplares y otras ediciones

Madrid, Juan de Herrera, 1613: Madrid, Biblioteca Nacional, R/34728; Madrid, Real Academia de la Historia, 2/3452.

Ediciones modernas

Cristóbal de Rojas, Compendio y breve resolución de fortificación, en Tres tratados sobre fortificación y milicia, Madrid, Ministerio de Fomento, 1985 (edición facsímil de la de Madrid, Juan de Herrera, 1613).