Diccionario de la Ciencia y de la Técnica del Renacimiento

LA FORTIFICACIÓN: INTRODUCCIÓN HISTÓRICA AL ARTE DE HACER LA GUERRA EN LA ÉPOCA RENACENTISTA


Marta Sánchez Orense

En las últimas centurias de la Edad Media se deja sentir un incipiente proceso de cambio que, acompañado de una sucesión de transformaciones en los órdenes social, cultural, económico y político, va a conducir a los inicios de la ciencia moderna.
Precisamente, el arte militar fue una de las disciplinas donde más se dejó sentir la influencia de las innovaciones científico-técnicas posmedievales. De hecho, fue de tal envergadura el impacto de la nueva mentalidad renacentista en la milicia que, a lo largo del siglo XVI, se asiste a la configuración y posterior consolidación de una nueva manera de concebir y afrontar la guerra.

1. La relevancia del arte militar renacentista

“En el Renacimiento tiene lugar una auténtica “revolución militar”, un cambio profundo en las armas, técnicas y tácticas, en los modos de reclutamiento, organización y financiación de los ejércitos, en las justificaciones y reglamentaciones jurídico-políticas de los conflictos bélicos, en sus implicaciones económicas, geopolíticas, sociales e intelectuales” (Campillo 20082: 26).

Respecto a la táctica, ya en los inicios del Renacimiento se hace evidente el progresivo declinar de la caballería en provecho de la infantería, frente a la preponderancia mantenida por la primera durante toda la Edad Media.
Además, gracias al despegue de la ciencia artillera, poco a poco fue incrementándose el empleo de las armas de fuego de tipo portátil, principalmente arcabuces y, en menor medida, mosquetes, por parte de las distintas agrupaciones bélicas de infantería, lo que condicionó que a partir de ese momento fuera una tarea recurrente la experimentación de nuevas disposiciones tácticas capaces de multiplicar las posibilidades de hacer fuego.
Asimismo, debemos adscribir al ámbito de la táctica moderna la constante preocupación, manifestada tanto en las obras militares como en los campos de batalla, acerca de la exacta composición y formación que, según las circunstancias, debía adoptar el escuadrón para ser efectivo. Para la definición de esta destacada unidad táctica, nos remitimos a la ofrecida por el tratadista Francisco Valdés:

Escuadrón es una congregación de soldados ordinariamente puesta, por lo cual se pretende dar a cada uno tal lugar que sin impedimento de otro puede pelear y unir la fuerza de todos juntos, de tal manera que se consiga el principal intento y fin, que es hacernos invencibles (Francisco Valdés, Diálogo militar, 1586, ápud Merino Peral [2002: 46]).

Así pues, frente al valor y a la iniciativa individual propios de los caballeros en las batallas medievales, en los numerosos conflictos bélicos del Renacimiento sobresale como factor determinante el orden y la disciplina conjuntos (Maravall 1972: 529).
En cuanto a la artillería, como es bien sabido, la aplicación de la pólvora al lanzamiento de los proyectiles influyó de forma radical en la dirección y las condiciones de los subsiguientes conflictos armados, si bien la generalización de su uso no fue rápida. De hecho, a pesar de que en España los primeros testimonios de esta aplicación datan ya del siglo XIII, su desarrollo y extensión fue extremadamente lento, ya que habrá que esperar hasta finales del siglo XV, con la Guerra de Granada, para encontrar un verdadero tren artillero en el ejército castellano de los Reyes Católicos.
A medida que la aplicación de la pólvora en los conflictos bélicos fue siendo cada vez mayor, el desequilibrio generado entre los medios de ataque y los de defensa –problema anteriormente inexistente– se hizo cada vez más evidente. En este sentido, las construcciones defensivas disponibles, que hasta ese momento habían sido efectivas, comenzaron a mostrar los primeros síntomas de su inadecuación ante las nuevas armas de fuego.
Las defensas medievales se habían caracterizado por constar de muros extremadamente altos. Por el contrario, con el objeto de ofrecer el menor blanco posible, los ingenieros renacentistas redujeron la altura de las nuevas fortalezas, a la vez que decidieron aumentar el diámetro o proporción horizontal de las mismas, para poder instalar un mayor número de cañones y demás piezas de artillería (Zapatero 1963: 91).
Por otro lado, la preferencia por la ubicación de los distintos recintos fortificados en zonas orográficamente complejas, propia de la Edad Media, se sustituye en el Renacimiento por el pleno convencimiento de la superioridad estratégica de los lugares en llanura, “en los cuales la dificultad natural se sustituye por la artificial, «por Arte» humano” (Merino Peral 2002: 74).
Este nuevo sistema de construcción defensiva, cuya vigencia se prolonga hasta principios del siglo XIX, es conocido con el nombre de fortificación abaluartada, debido a que su principal elemento es el baluarte.

1.1. El apoyo de las ciencias matemáticas

Un rasgo típico de la época moderna es la aplicación a las distintas disciplinas científico-técnicas de las ciencias matemáticas, que “tuvieron como vertientes principales la aritmética práctica, o cálculo mercantil, y la geometría” (Sánchez Martín 2009: 48-49). Las distintas ramas militares también se beneficiaron de la excelencia concedida a la matemática durante la modernidad. Por lo que respecta a la fortificación, por ejemplo, la geometría junto a la perspectiva se convirtieron en los instrumentos apropiados para una correcta representación del plano, planta o perfil de una determinada construcción defensiva. Y, a propósito de la artillería, todos los tratados centrados en este tema “ponen de manifiesto lo imprescindible del dominio matemático por parte de los artilleros para efectuar el cálculo de los alcances de los cañones y, en último término, para conseguir precisión en el tiro” (Echarri Iribarren 2000: 41). Asimismo, los distintos ejércitos participantes en una guerra concedieron una posición privilegiada a las disciplinas matemáticas, entre otras muchas aplicaciones, por disminuir las probabilidades de error de una mina a la hora de alcanzar el objetivo deseado.

1.2. La vuelta al pasado

Por otro lado, el ejercicio de la guerra se benefició inmensamente de la preocupación de los humanistas por el redescubrimiento, traducción y difusión de los textos antiguos. Las obras de los historiadores, militares y arquitectos griegos y romanos más destacados –Vegecio, Vitruvio, Philon de Bizancio, Eliano el Táctico y Procopio, entre otros– proporcionaron a los soldados e ingenieros del Renacimiento los conocimientos técnicos a partir de los cuales desarrollaron su labor profesional. Fue tal la influencia del arte militar clásico en el moderno que, por ejemplo, en referencia a la construcción defensiva, algún investigador ha llegado a asegurar que “la ciencia de la fortificación no tuvo necesidad de inventar nada, bastó con acudir a los principios que habían sistematizado los tratadistas en esta materia en la Antigüedad clásica” (Becerra de Becerra 1997: 14). Dentro de esta tendencia se inscribe también el proceso de dignificación experimentado por el escuadrón, la unidad táctica por excelencia del Renacimiento, tras su igualación con la falange griega, así como con la legión romana:

Los antiguos que la milicia professaron ordenavan, señor, sus gentes, para entrar en batalla, por esquadrones o tropeles, los quales, aunque sean llamados de diversos nombres, casi siempre han correspondido a una qüenta e número, por manera que cada esquadrón o batallón de aquéllos antiguos se ordenava y hazía de siete u ocho mil hombres, a los quales los escriptores romanos llamaron legiones y los griegos falanjes (García de Palacio 1583: 145r).

2. Los protagonistas de la revolución militar

Todos los investigadores coinciden en señalar la campaña realizada en Italia en 1494 por las tropas francesas de Carlos VIII como el punto de inflexión que separa la guerra medieval de la moderna. Como demuestra este episodio bélico, los numerosos estados italianos se convirtieron en “el primer escenario de contiendas internacionales durante la época moderna” (Merino Peral 2002: 78). Posteriormente, los campos de batalla más frecuentados pasaron a ser territorios de alguna de las 17 provincias vinculadas a la dinastía de los Habsburgo, con el estallido en 1567 de la llamada Rebelión de los Países Bajos.
Pues bien, en estos nuevos escenarios bélicos sobresale de manera extraordinaria el ejército español, probablemente debido a su marcado carácter guerrero propiciado por el estado permanente de guerras en el que nuestro país estuvo inmerso durante la Edad Media. Ahora bien, el principal responsable de esta hegemonía militar española lo constituye su acertado sistema de articulación de la infantería en tercios. Estas unidades compuestas por un número variable de soldados de a pie vivieron su etapa de máximo esplendor durante la vigencia del llamado Camino Español, esto es, desde el año 1567 hasta 1659 (Parker 1991). Este corredor militar, que cruzaba media Europa a lo largo de aproximadamente 1000 kilómetros, desde Génova hasta Namur, supuso una pieza clave del sistema español al permitir las comunicaciones y el envío de tropas por tierra desde Italia hasta los Países Bajos. Mediante esta ruta pudieron enviarse continuamente a las guerras de Flandes soldados españoles sumamante experimentados procedentes de los presidios italianos, lo que en buena medida propició la fama militar de España:

El envío periódico de estos soldados españoles veteranos y entrenados –que a su vez eran reemplazados por nuevos reclutas llegados desde España– permitió en cierta manera que la calidad de los hombres fuera muy alta, de ahí la tradicional buena fama y profesionalidad que mantuvieron los soldados españoles durante el Siglo de Oro, muchas veces considerados exageradamente invencibles (Rodríguez Hernández 2007: 26).

Por otra parte, “fue en las cortes de los distintos estados italianos donde en primer lugar los hombres de ciencia, favorecidos por los mecenas y las numerosas guerras que allí se desarrollaron, escribieron tratados de fortificación” (Echarri Iribarren 2000: 72), de ahí que el sistema defensivo abaluartado haya sido también conocido con el nombre de la trace italienne (cf. Parker 2002). Además, el territorio italiano no sólo destaca por haber dado a luz los primeros textos centrados en esta importante rama militar, sino también por ser el lugar donde se levantaron las primeras obras defensivas que observaban principios militares modernos. Puede afirmarse, por lo tanto, que “fueron italianas en su mayoría las fórmulas nuevas” (Quatrefages 1983: 133). Así, por sus relevantes aportaciones en los primeros compases del arte de la fortificación, debemos subrayar las siguientes figuras italianas: Leonardo, Miguel Ángel, Bramante, Antonio da Sangallo el Joven, Sanmicheli y Francesco di Giorgio Martini.
Por lo que respecta a nuestro país, debe citarse como figura sobresaliente de esta primera etapa al ingeniero militar Ramiro López, por haber diseñado en 1497 el castillo de Salses en el Rosellón, fortificación que supuso un enorme avance, aunque todavía posee múltiples reminiscencias medievales.

Sin embargo, la fortificación española no se desarrolló durante el siglo XVI al ritmo de este primer impulso debido a los constantes conflictos e ingentes esfuerzos que hubo de mantener la corona en los diversos dominios europeos y americanos. La labor de fortificación más importante se llevó a cabo en Hispanoamérica, norte de África, Flandes, Nápoles y Milanesado, mientras que, de fronteras adentro, no pudo efectuarse una renovación de la fortificación acorde con las exigencias defensivas modernas (Echarri Iribarren 2000: 59).

En este sentido, el ingeniero español Pedro Luis Escrivá adquiere un extraordinario prestigio tras concebir y levantar varias obras defensivas en Nápoles, esto es, lejos de nuestra península.
En definitiva, resulta innegable que en la época renacentista la milicia española recibió una enorme influencia italiana, lo que en el ámbito lingüístico se traduce en el hecho de que uno de los grupos de préstamos más abundantes y relevantes en castellano sea el de los italianismos concernientes a la vida militar.

3. Consecuencias de los cambios experimentados por el mundo bélico durante el Renacimiento

Sin embargo, la fortificación española no se desarrolló durante el siglo XVI al ritmo de este primer impulso debido a los constantes conflictos e ingentes esfuerzos que hubo de mantener la corona en los diversos dominios europeos y americanos. La labor de fortificación más importante se llevó a cabo en Hispanoamérica, norte de África, Flandes, Nápoles y Milanesado, mientras que, de fronteras adentro, no pudo efectuarse una renovación de la fortificación acorde con las exigencias defensivas modernas (Echarri Iribarren 2000: 59).

“Estos nuevos modos de hacer la guerra fueron acompañados, sobre todo, por un notable aumento en el tamaño de los ejércitos” (Parker 2002: 52), lo que pudo lograrse con relativa facilidad gracias a que por primera vez los poderes políticos de los distintos estados se convirtieron en los máximos responsables en la tarea de reclutar soldados. Para Merino Peral (2002: 39) el siglo XVI es el de la “creación de ejércitos nacionales fijos”. Es decir, como rasgo característico de la guerra moderna debe citarse la existencia de un ejército permanente, frente a la Edad Media; etapa en la que sólo se reclutaban soldados si era preciso, lo que normalmente redundó en la reunión de hombres con una deficiente instrucción militar.
Asimismo, durante el siglo XVI, gracias sobre todo a la excelencia alcanzada por la fortificación abaluartada, se vive una absoluta exaltación de los medios defensivos. Del mismo modo, si tenemos en cuenta que “en el Estado absolutista, la búsqueda de expansión territorial y la consiguiente defensa de estas ganancias constituyó la mayor ambición política de las potencias” (Rodríguez Hernández 2007: 57), tampoco resulta extraño que el “arte que enseña los ardides con que se debe ofender y defender cualquier plaza” (DRAE: s.v. polémica), esto es, la llamada polémica o poliorcética alcance entonces su momento de máximo esplendor. A este respecto Rodríguez Hernández añade, además, que

la conquista de territorio y su defensa, la cual se lograba con la ocupación física del espacio, hará que la toma de las fortificaciones que aseguraban eficazmente dicha ocupación esté más próxima a la consecución de los objetivos marcados por los estados en las guerras que la destrucción de los ejércitos enemigos en una gran batalla campal y decisiva, que entrañaba grandes riesgos propios (Rodríguez Hernández 2007: 57).

En definitiva, la trascendencia otorgada por las distintas naciones a la expugnación del mayor número posible de fortalezas condiciona que tanto en el siglo XVI como en el XVII casi todas las operaciones militares emprendidas giren en torno al ataque y a la defensa de los distintos tipos de recintos fortificados. Los Siglos de Oro constituyen, en fin, la etapa de mayor florecimiento para la denominada guerra pasiva o de sitio.

Los dos sistemas que habitualmente se utilizaban para realizar con éxito la toma de una fortaleza eran abrir brecha mediante el fuego intenso aplicado en los puntos débiles, o la voladura puntual del terraplén y la escarpa del recinto principalmente mediante una mina. Al hacer practicable la brecha en ambos casos se pasaba a realizar el asalto final (Echarri Iribarren 2000: 68).

Como a medida que transcurría el tiempo fueron construyéndose fortificaciones cada vez más perfectas, la extraordinaria complejidad de su conquista obligó a los ejércitos sitiadores a decantarse casi siempre por la modalidad bélica del bloqueo total. En ella, “los sitiadores debían realizar grandes obras de fortificación, que consistían en un doble recinto defensivo que abarcaba un perímetro muy extenso produciendo un aislamiento de los sitiados del mundo exterior y una protección del ejército sitiador frente a los posibles ejércitos de socorro” (Rodríguez Hernández 2007: 34). Este investigador añade, además, que la organización de un asedio de este tipo “era –salvo a excepción de la construcción de algún canal grande o de un gigantesco recinto fortificado– la obra de ingeniería de más envergadura de cuantas se realizaban en esta época” (Rodríguez Hernández 2007: 34).
La supremacía de la que gozaron durante los siglos XVI y XVII las operaciones bélicas dirigidas contra lugares fortificados trajo también consigo cambios en las disciplinas militares más vinculadas a la poliorcética, a saber, la logística, la táctica, la estrategia y la castrametación. De acuerdo con Merino Peral (2002: 47), “la modificación en la guerra de sitio durante el Renacimiento fue acompañada por una transformación de la guerra en campaña, a medida que las tácticas que recurrían al empleo directo de la fuerza bruta (cargas frontales, lucha cuerpo a cuerpo) eran sustituidas por el empleo de la artillería”.
Otra de las repercusiones en esta etapa de progresos militares se refiere a los constantes motines y levantamientos registrados en las filas de los distintos ejércitos, cuestión lógica si tenemos en cuenta que los soldados que los integraban, además de participar en largos asedios –y muchas veces sin recibir las pagas debidas por sus servicios–, permanecieron largas temporadas fuera de su lugar de origen, lejos incluso del territorio peninsular.

3.1. La tratadística militar renacentista

En esta época en la que los estados modernos comienzan a constituirse y a definir sus fronteras, la guerra se convierte en un asunto prioritario entre los dirigentes de las diversas potencias. Y si tenemos en cuenta que no solían ser éstos los que saltaban a las primeras líneas de los campos de batalla, sino que los que se jugaban la vida eran los habitantes de los distintos territorios, resulta verosímil que los gobernantes de aquella época concedieran una importancia capital a la instrucción de sus ciudadanos en todos los aspectos que pudieran determinar o condicionar el resultado de una guerra. Es este contexto el que explica el elevado número de tratados militares surgidos durante el Renacimiento, cuya temática es fiel reflejo de las múltiples facetas implicadas en cualquier conflicto bélico.
Por otro lado, como ha sido subrayado en multitud de ocasiones, en la época moderna se produce una defensa en el uso de la lengua castellana como vehículo de divulgación científica, frente a la lengua académica por antonomasia, es decir, la latina, de ahí que el número de tratados de milicia moderna escritos en español sea significativo, sobre todo los pertenecientes a finales del siglo XVI y comienzos del XVII:

  • Montes, Diego (1537): Instrucción y regimiento de guerra. Zaragoza: George Coci.
  • García de Palacio, Diego (1583): Diálogos militares. México: Pedro Ocharte.
  • Álaba y Viamont, Diego de (1590): El perfeto capitán instruido en la diciplina militar y nueva ciencia de la Artillería. Madrid: Pedro Madrigal.
  • Collado de Lebrixa, Luys (1592): Plática manual de Artillería. Milán: Pablo Gotardo Poncio.
  • Mendoça, Bernardino de (1596): Theórica y práctica de guerra. Anveres: Imprenta Plantiniana (1.ª ed., Madrid, Viuda de P. Madrigal, 1595).
  • Mosquera de Figueroa, Christóval (1596): Comentario en breve compendio de disciplina militar. Madrid: Luis Sánchez.
  • Rojas, Christóval de (1598): Teórica y práctica de fortificación. Madrid: Luis Sánchez.
  • González de Medina, Diego (1599): Examen de fortificación. Madrid: Pedro Várez de Castro.
  • Ferrofino, Julián (mss. 1599): Descrizión y tratado muy breve y lo más probechoso de Artillería.
  • Roxas, Christóval de (mss. 1607): Sumario de la milicia antigua y moderna.
  • Lechuga, Cristóval (1611): Discurso del Capitán Cristóval Lechuga, en que trata de la Artillería y de todo lo necessario a ella. Milán: Marco Tulio Malatesta.
  • Ufano, Diego (1613): Tratado de la Artillería. Brusselas: Juan Momarte.
  • Rojas, Christóval de (1613): Compendio y breve resolución de fortificación. Madrid: Juan de Herrera.

4. Los campos léxicos de la fortificación y del arte militar modernos

El vocabulario de una disciplina designa diferentes tipos de contenidos, lo que le otorga una de sus principales características, a saber, su carácter heterogéneo. Y es precisamente este importante rasgo, existente en cualquier lenguaje especializado, el que genera la necesidad de clasificar en distintos campos conceptuales o nocionales. Dicha organización taxonómica no está exenta, sin embargo, de ciertas dificultades, ya que no todo el léxico de una determinada especialidad puede ser delimitado con exactitud. La terminología militar no supone una excepción, por lo que no descartamos la presencia de inexactitudes o errores en la clasificación semántica que presentamos, si bien hemos intentado minimizarlos al máximo. Por otro lado, debemos advertir que el orden seguido en las enumeraciones de las unidades de cada campo es el alfabético. Ahora bien, como para confeccionar este apartado hemos tenido en cuenta tanto las relaciones semánticas de sinonimia como las de antonimia, éste se ha visto interrumpido frecuentemente. Asimismo, queremos notar que el número en subíndice que acompaña a algunos términos hace referencia a la acepción correspondiente.

En primer lugar, registramos cuatro términos referidos a técnicas o artes (arquitectura militar o fortificación1 y arte militar o milicia1), y otros dos para una profesión (milicia2 o soldadesca).

Damos cuenta, asimismo, de una serie de voces que designan acciones u operaciones propias de la estrategia militar: alarde1, muestra o reseña; aliar, confederar o ligar; alistar o asentar2; apellidar; apellido; asentar3; hacer (la) gente o levantar1 y leva. Creemos que pueden adscribirse a este campo los siguientes términos, que designan, más que una acción, el efecto o resultado: confederación o liga y paz2.

Las siguientes son, en cambio, actividades de logística: amunicionar o munir, avituallar, campear1, contrarronda o sobrerronda1, ronda2, desalojar2, ir a forraje o forrajear, jornada1, marchar y rondar2.

Por su parte, acampar, levantar4, acuartelar1, acuartelar2, alojamiento1, alojar1, alojar2, desalojar3, asentar1 y levantar2 pertenecen al ámbito de la castrametación.

Ahora bien, el ámbito militar más representado es, con gran diferencia, el de las acciones bélicas, puesto que a él pertenece toda esta terminología: acometer, atacar, combatir3, embestir2 u ofender; defender2; acometida, acometimiento, combate2, combatimiento2, ofensa u ofensiva; defensa2; acosar, apremiar o apretar1; algazara; allanar3, domar, domeñar, domesticar, someter o sujetar; alojar3; amotinar; apretar2; apretilar; arremeter, embestir1 o remeter; arremetida o remetida; asaltar1, dar (el) asalto1, dar el salto o saltear; asaltar2, dar (el) asalto2 u opugnar; asalto1, salteamiento o salto; asalto2 o interpresa2; asediar, asitiar, cercar3, meter (el) asedio, poner asedio, poner (el) cerco, poner (el) sitio o sitiar; alzar el cerco, alzar el sitio, levantar el asedio, levantar el cerco o levantar el sitio; asedio1, cerco o sitio; asedio2; atrincherar2; batalla1, combate1, combatimiento1, contienda2, debate, facienda, lid o pelea; batalla campal; representar (la) batalla; batería1; contrabatería1; batería2, brecha o portillo; dar (la) batería o batir1; batir2; batir3, combatir1, dar (la) batalla, lidiar, luchar2, pelear o revolver2; dar bordos o dar bordos y ramos; cabalgada1; campear2; celada1 o emboscada1; poner en celada, emboscar o poner en emboscada; centinela2 o guardia2; ceñir2; cercar2; chocar; combatir2; conquista, presa1 o toma; conquistar o tomar1; correduría, correría, corrida o incursión; correr1 o descubrir1; correr2; defender3; defender4; defensa3 o defensión2; defensa4; poner en defensa; desalojar1; desbaratar1; desbaratar2; desbarate; descercar o desitiar; descortinar; descoser; descubrir2, señorear3 o sojuzgar2; desguarnecer; guarnecer1; deshacer1; deshacer2; desmantelar; desocupar; tomar2; despojar1; despojar2, dar a saco o saquear; despojo1, presa2, saco2 o sacomano; diversión; divertir; embarrar; empresa, empresa de (la) guerra, empresa militar, facción2, facción de guerra, hecho de armas o interpresa1; encamisada1; encastillar; encuentro o reencuentro; enflaquecer; fortalecer1 o fortificar1; enseñorear o señorear1; escalada; escalar; escaramuza o refriega; escaramuzar; escolta2; hacer escolta; espiar1; espiar2; espolonada; batir la estrada; estrago; expugnación; expugnar; guarda3; guarda4; guardar; guardia1; jornada2; lengua; tomar lengua; levantamiento o rebelión; levantamiento de guerra o motín; levantar3 o rebelar; lucha; luchar1; minar1; minar3; ocupar1; ocupar2; oprimir o sojuzgar1; pacificación; pacificar; picamiento; picar; rebatir, rebotar, rechazar o retirar1; reconocer; reconocimiento; rendir1; rendir2; reparar3; resistencia1; resistir2 o hacer rostro; retirada1; retirar2; retirar3; revolver1; riza; romper; rompimiento; ronda1; rondar1; rota; poner en rota; salida1; sedición; señorear2; socorrer1; socorrer2; socorro1; socorro3; sujeción; talayar; trabar; abrir trinchera(s); triunfar1; velar; vencer; ir de vencida; llevar de vencida; vencimiento1 o victoria; vencimiento2; continuar el vencimiento, ejecutar la victoria, proseguir la victoria o seguir la victoria y zapar.

Muchos de los verbos insertos en este último grupo generan sustantivos que señalan los agentes o sujetos que participan en las distintas operaciones bélicas, los cuales pertenecen al siguiente conjunto. Aparte de éstos, integran también este apartado los múltiples términos que existen para designar a los miembros de las distintas unidades militares: acometedor, combatidor2 o combatiente2; acometido u ofendido; adversario1, contendedor, contrario2 o enemigo2; amigo3; alcaide o castellano; aliado, amigo2, coligado o confederado; aposentador; asaltante; asediado, cercado3 o sitiado; asediador, cercador o sitiador; atalaya2; ballestero; barrunte; caballero1 o caballo1; caballo ligero; camarada1; centinela1 o posta1; centinela perdida; combatidor1, combatiente1 o lidiador; conqueridor; conquistador; corredor o descubridor; defensor2, guerrero2, hombre, hombre de (la) guerra, hombre de pelea, hombre de soldadesca, hombre militar, militar22, mílite1 o soldado; desbaratado2; diana2; emboscado; encamisado2; escolta1; escucha; espía o explorador; estradiote; forrajero; herreruelo; hombre de armas; hombre de socorro; infante o peón; infante perdido; jinete; mercenario; metator; mílite2; montaraz; rebelde; rendido; sobrevela; vela1; vencedor o victorioso y vencido.

Dada su alta representatividad, hemos decidido recopilar separadamente las unidades léxicas que se refieren a los conjuntos de personas que intervienen o se forman en una guerra: adversario2, contrario3 o enemigo3; batalla6 o batallón2; batallón3; cabalgada2; caballería; caballería ligera; campo4; celada2 o emboscada2; corneta; cuerpo; cuerpo de (la) guarda1, cuerpo de guardia1 o guardia3; defensa6; ejército; encamisada2; facción1; fuerza2; gente, gente de (la) batalla, gente de guerra, gente de pelea, gente militar, milicia3 o tropa; gente de armas; gente de socorro o socorro2; guarnición; infantería; milicia4; presidio1; real22; ronda3 y sobrerronda2.

Por su parte, albañil o murador; fortificador, ingeniero o ingeniero militar; gastador o peonero; guarda1; guarda2; minador; municionero y viandero o vivandero deben ser clasificados en el campo de las personas que o bien desempeñan un oficio o una profesión, o bien cultivan una técnica.

Otro importante conjunto es el conformado por los adjetivos que indican cualidades propias de los soldados, de los ejércitos o de cualquier otra colectividad que esté involucrada en una contienda: acampado; acometido, combatido u ofendido; acosado, apremiado o apretado1; aliado, amigo2, coligado o confederado; alistado o asentado2; alojado1; alojado2; amigo1; contrario1 o enemigo1; amotinador; asediado, cercado3 o sitiado; atrincherado; belicoso1; bisoño; de (a) caballo; de (a) pie; cercado2; defensivo; ofensivo; defensor1; desbaratado2; deshecho; doméstico, sujetado o sujeto; emboscado; fortificado2; guerrero1; inexpugnable2; invencible; invicto; levantado, rebelado o rebelde; mercenario; oprimido; pacífico; rebotado; rendido; roto; sojuzgado; tirón; vencedor o victorioso y vencido. Pese a no combinarse con sustantivos que designan personas, también insertamos aquí a apretado2, asentado1, conquistado, defendido2, guardado, guarnecido, ocupado1, ocupado2, reconocido y trabado, entre otras cosas porque se trata de propiedades que algunas operaciones de guerra pueden llegar a tener, las cuales son ejecutadas por soldados. Además, muchas de esas cualidades se aplican a los lugares o a las instalaciones susceptibles de ser ocupadas por una tropa. Por otro lado, al hacer referencia a una posible forma de actuar durante el desarrollo de cualquier empresa militar, incluimos en este grupo los adverbios belicosamente, a caballo1, a pie y de caballo. De la misma manera, contemplamos en esta parcela el sustantivo resistencia cuando designa la “capacidad de alguien para oponerse o combatir con la persona o cosa que le ataca”. Y, por último, bélico o belicoso2, militar21 y soldadesco, conceptos en cierto modo hiperonímicos, se han adscrito igualmente a este amplio conjunto de cualidades militares.

Contamos, asimismo, con una serie de verbos y sustantivos que denotan actividades propias de la arquitectura militar: atrincherar1 “defender algo con trincheras o construir trincheras en un sitio” (DUE); carcavear; ceñir1, cercar1 o rodear; contraminar; minar2; estar en defensa; empalizar; enfortalecer, fortalecer2, fortificar2 o reparar2; escarpar; flanquear; fortificación2; guarnecer2; murar; pilotear; reparar4; terraplenar y vallar. Ahora bien, hemos lematizado también una serie de operaciones que, a pesar de no ser específicas de la construcción de fortalezas y demás obras defensivas, cuentan con una destacable presencia en tratados sobre fortificación: allanar1 o explanar1; allanar2 o explanar2; cavar; defender1; defendimiento, defensa1 o defensión1; descubrir3 o señorear4; reparar1 y reparo1. Por último, dentro de este mismo campo, designan más bien efectos y resultados tanto cavamiento, como explanada1, además de zanja.

Otra área léxica profusa es la compuesta por los elementos existentes en cualquier recinto fortificado, o que forman parte de construcciones defensivas de carácter más provisional: almena o pina; andamio, ándito, terraplén2 o terrapleno2; arce del foso, arcén2, arcén del foso, árgine, escarpa3 o vallado3; baluarte1 o bastión3; medio baluarte; banqueta1; banqueta2; banqueta3, escalón o grada; barbacana o contramuro; bastión2; boca; caballero2 o plataforma3; camisa1; cañonera o tronera2; casamata; casamuro; cava, fosa, foso o fuesa; cerca2, muralla1 o muro1; contraescarpa o contraescarpe; contraforte, espolón o estribo; contrafosa o contrafoso; cordón; cortina1, cortina franca, cortina limpia o cortina parcial; cortina total; costado2 o espalda3; espalda1; espalda2, fianco o través1; espalda4; espolón2; tenaza2; estrada2, estrada cubierta o estrada encubierta; falda; flanco2; frente3; frente4; galería1; garita; gola; media gola; hornillo1, horno o mina2; media luna1; merlón; orejón; parapeto o pretil; plataforma4; plaza4 o revellín2; plaza alta, plaza de arriba, plaza superior o través alto; plaza baja, plaza de abajo o través bajo; puerta del socorro; rastrillo; refosete o refoso; revellín1; roca, roca de homenaje o torre de(l) homenaje; ronda4; saetera o tronera1; salida2 o surtida1; surtida2; tenaza3; terraplén1 o terrapleno1; tijera1; través2; traviesa3 y zapa1. Los siguientes términos, en cambio, aunque han sido detectados en contextos militares, no designan elementos exclusivos de una obra defensiva, sino que tienen cabida en cualquier tipo de edificaciones: banqueta4 o rodapié “en un cimiento, partes laterales de su grosor cuando éstas exceden la anchura del muro que se levanta sobre él” (Paniagua 1998: s.v. zarpa), cortina2 o lienzo “trozo continuo de pared o muralla” (DSAL: s.v. lienzo), estacada2 o palizada2 “los maderos o estacas que se ponen por cimiento cuando no hay tierra firme para un edificio” (Terr.: s.v. palizada), postigo, puerta y puerta principal. Y, en tercer lugar, alambor1, escarpa1 o escarpe1 “plano inclinado de los muros de las fortificaciones” (DSAL: s.v. escarpa); alambor2, escarpa2, escarpado2 o escarpe2 “plano inclinado que forma la muralla del cuerpo principal de una plaza, desde el cordón hasta el foso” y diente1 “cada uno de los ángulos salientes que, en ocasiones, se forman en una obra fortificada” son unidades que designan las formas arquitectónicas o de construcción que en ocasiones adoptan algunas obras defensivas.

El siguiente campo semántico reúne todas las construcciones defensivas detectadas. Queremos precisar que con esta denominación nos referimos a todas aquellas fábricas o edificios que, si bien pueden formar parte de un recinto mayor, lo normal es que sean ya por sí solas defensas lo suficientemente efectivas, a diferencia del grupo anterior, al que hemos llamado campo de los elementos o miembros de una fortaleza. Hecha esta aclaración, procedemos a enumerar la lista completa que integra esta área léxica: aproche1; atalaya1; baluarte2; baluarte3, bastión1, caballero3 o plataforma2; barraca o fajinada2; barrera; batería4 o plataforma1; contrabatería3; blinda2; casa fuerte; castillo1 o fuerte2; castillo2 o ciudadela; cerca1; contramina; cunículo o mina1; cortadura1, través3 o traviesa1; cortadura2 o retirada2; empalizada, estacada1, palenque o palizada1; estrella; fortaleza, fuerza1 o plaza2; galería2 o traviesa2; gavionada; hornillo2 o mina3; media luna2; plaza1 o plaza fuerte; presidio2; reducto; torre1; torreón; trinchera; trincherón1; trincherón2 y valla, valladar o vallado2. Por lo que respecta a defensa, Domínguez (1853) ofrece esta significativa definición: “Fortificación y cualquiera de sus partes”. Su referente puede ser, por consiguiente, tanto un amplio recinto fortificado como un simple miembro o parte de éste. A pesar de esta segunda posibilidad, adscribimos defensa5 a este ámbito de las construcciones defensivas, al igual que hacemos con sus sinónimos defensión3, fortificación3, muralla2, reparación o reparo2. Idéntica actitud adoptamos con estrada1, puente y puente levadizo, pues si bien se refieren a construcciones no exclusivas de la arquitectura militar, pueden llegar a adquirir un fin militar.

Debemos mencionar, asimismo, una serie de cualidades susceptibles de aplicarse a las fábricas de fortificación, así como al lugar o al terreno que alberga una de esas construcciones: alamborado o escarpado1; batido; cercado1; contraminado; minado; defensible; expugnable; inexpugnable1 o inexpuñable; fortalecido, fortificado1, fuerte1 o reparado2; minable; murado; real1; terraplenado; torreado y vallado1. Junto a estos términos pueden mencionarse los adjetivos que, aunque pueden combinarse con otro tipo de unidades, cuentan con una gran frecuencia de uso junto a sustantivos que designan obras propias de la arquitectura militar: asolado o desbaratado1, atalayador, defendible, defendido1, levadizo y reparado1. Pueden citarse en este punto, por último, los edificios que están a caballero o a caballo con respecto a otros, o los que se han dispuesto a escarpa o a escarpe.

En el ámbito militar son muy importantes las municiones, que son identificadas en el DRAE con los “pertrechos y bastimentos necesarios en un ejército o en una plaza de guerra”. Por su parte, mientras que pertrechos designa “toda clase de materiales e instrumentos, como pueden ser armas o máquinas, necesarios para cualquier empresa militar”, bastimento se refiere al “conjunto de comestibles destinados a la alimentación de un ejército”. Así pues, aparte de estos tres términos, pertenecen a este campo los siguientes: abrojo; bagaje o rastro; balón, saco1 o saca; blinda1; cabalgada3; caballo2 o cabrilla; camisa2; candelero; césped, gasón o tepe; cesta o cesto; cestón o gavión; convoy; cuento; despojo2 o presa3; escala1; fajina1; fajinada1; forraje; manta1; pabellón; pilotaje; pilote; presa4; salchicha1; salchichón; socorro4; tienda y zarzo.

Un tipo especial de municiones lo constituyen las distintas máquinas de guerra que hemos recopilado: arcubalista; ariete, carnero o vaivén; balista, ballesta1, ballestón o ballestón de torno; catapulta; causera; compago; cuervo; escorpión; galápago, testúdine o testudo; lobo o lupo; manta2 o mantelete; máquina mural; músculo; onagro; plúteo; sambuca; testudo arietaria; torre2; trabuco y vínea. Debemos mencionar, asimismo, el hiperónimo ingenio, que hace referencia a “cualquier artefacto o máquina empleado en la guerra para ofender o defenderse”. Toro, trabe o viga designan, en cambio, uno de los elementos más destacados de las máquinas murales, las que sirven para romper muros o murallas, torres y demás elementos de una fortificación.

Por otro lado, menor número de voces son las que designan armas o explosivos empleados en la guerra: ballesta2; batería3 o camarada2; contrabatería2; ceñido; ceñir3; explanada3, lechera o plataforma5; falárica; hornillo3 y salchicha2. Son pocos los instrumentos o herramientas tenidos en consideración: tenaza1, tenazante, tenazón y zapa2.

A diferencia de los últimos términos enumerados, conforman un grupo de entidad los relacionados con la táctica. Debemos mencionar, en primer lugar, batalla3, así como su sinónimo orden de (la) batalla, ya que designan la “disposición de las tropas que se juzga más adecuada para un combate, para atacar o para operaciones militares similares”. Denotan, en cambio, formaciones tácticas concretas los siguientes términos: batalla cuadrada de gente,batalla cuadrada de infantes, escuadrón cuadro de gente;batalla cuadrada de suelo, escuadrón cuadrado de suelo, escuadrón cuadrado de terreno, escuadrón cuadro de terreno;batallón1, escuadrón o tropel; cuadro; cúneo, cuño o diente2; escuadrón falso y fórfice, muro2; tenaza4 o tijera2. Por su parte, ala, costado1 o cuerno; avanguardia o vanguardia; retaguardia o rezaga; batalla4 o cuerpo de (la) batalla; batalla5 u ordenanza; escuadrón volante; flanco1; frente2; hila, hilada, hilera u orden y manga aluden a partes o elementos constituyentes de las distintas agrupaciones creadas con el fin de luchar, marchar y realizar las empresas propias de los soldados. Completan esta serie las siguientes locuciones adverbiales: en ala; a la avanguardia, en avanguardia o en vanguardia; en retaguardia o en rezaga; a la deshilada1 y en hilera.

Damos cuenta, a continuación, de todos los vocablos relacionados con ceremonias o acontecimientos militares: alarde2; ovación; rendir3; triunfador o triunfante; triunfar2 y triunfo. Por el contrario, batalla2, contienda1 o guerra; paz1; en campaña o en campo; guerra civil; guerra defensiva; guerra ofensiva; guerrear y militar1 sugieren estados o situaciones que se prolongan a lo largo del tiempo.

También ha tenido cabida en este trabajo la terminología concerniente a las señales, tanto verbales, como musicales e incluso visuales, de que se sirven los ejércitos con múltiples objetivos: ahumada, alborada, dar apellido, tocar arma, tocar a botasilla, sonar a caballo, contraseña o contraseño, diana1, nombre, rebato y dar rebato.

Por su parte, las siguientes indican localizaciones espaciales de relevancia en el ámbito de la milicia: alojamiento2, arsenal o casa de munición, campaña o campo1, campo2 o real21, campo3 o campo de la batalla, cuerpo de (la) guarda2 o cuerpo de guardia2, explanada2, padrastro, plaza3 o plaza de armas, posta2 y posta3 o puesto.

Finalmente, hemos recogido escala2, pie pequeño o pitipié, términos relativos al instrumento geométrico en el que están representadas una serie de medidas, cuyo uso era imprescindible en la elaboración del plano o perfil de una fortaleza. Debemos mencionar, por último, una serie de magnitudes temporales (alba, cuarto, modorra y prima) y espaciales (aposento, cuartel, estancia o posada, fondo y frente1) propias del arte militar.

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