Diccionario de la Ciencia y de la Técnica del Renacimiento

La Cronometría en la época renacentista: introducción


Cristina Martín Herrero

1. Presentación

Desde tiempos remotos, el hombre ha observado los cambios que se producían en la naturaleza y que afectaban a sus tareas agrícolas. Guiados por los movimientos de los astros, los antiguos diseñaron varios instrumentos solares que, gracias a la medición de la altura del sol, permitían computar el paso del tiempo. Asimismo, establecieron una serie de medidas temporales para facilitar la precisión en el desempeño de las actividades cotidianas.

A finales del siglo XV comienza la introducción del Humanismo, un proceso cultural fundamentado en la recuperación de los saberes de la Antigüedad Clásica a través de sus fuentes originales greco-latinas. Ayudados por los avances técnicos de la imprenta, los humanistas del Renacimiento impulsaron la difusión de los conocimientos clásicos. Además, los miembros de la monarquía española impulsaron especialmente la divulgación científica, para así cubrir las nuevas necesidades técnicas del Imperio. De esta manera, a lo largo del siglo XVI se desarrolló un movimiento intelectual caracterizado tanto por el notable incremento del número de universidades, como por la creación de nuevas instituciones especializadas en distintas parcelas científico-técnicas. Paralelamente, se asistió a la controversia lingüística derivada de la confrontación, por un lado, de la transmisión tradicional de conocimientos en lengua latina propia de la enseñanza universitaria y por otro, del auge de las traducciones al castellano en este período, aumento que implicaba la propagación, para algunas minorías injusta, de contenidos anteriormente restringidos a grupos doctos. Sin duda, esta amplia suma de publicaciones en castellano no fue sino el resultado de, entre otros factores, el creciente desconocimiento del latín, el deseo divulgador humanista, la proliferación de los talleres de imprenta y los intereses expansivos imperiales.

Dentro de esta extensa vernaculización del saber acontecida en la centuria renacentista, cobran una importancia muy significativa las apariciones de compendios, manuales y tratados científico-técnicos en lengua castellana, bien debidos a la creación original de los autores del siglo XVI, bien a su labor de recopilación y traducción, tanto de textos clásicos, como de textos coetáneos escritos en latín o en otras lenguas.

Entre las materias de estas obras científicas, es fundamental la presencia de las matemáticas, ciencia que en aquel entonces comprendía otras disciplinas como la aritmética, la geometría, la cosmografía y la astronomía (Vicente 1991: 17). Son precisamente estas parcelas matemáticas los lugares en los que también hunde sus raíces la medición del tiempo.

Por un lado, la astronomía, ciencia que, desde la antigüedad, había estado ligada a la astrología, cobró especial relevancia durante la Edad Media, gracias a su relación con la medicina. Buena parte de los pronósticos médicos de aquel entonces, así como sus remedios, partían de datos astrológicos, del zodíaco y de sus componentes. Este hecho influyó decisivamente en la dispersión de conocimientos astronómicos por toda Europa y propició la ampliación y precisión de los movimientos astrales para su aplicación en el campo curativo.

Por otro lado, el conocimiento de la astronomía resultaba imprescindible para poder llevar a cabo, desde la Antigüedad, la correcta equiparación entre la longitud de la sombra que producía el sol al proyectarse sobre los gnómones o varitas de hierro y las distintas medidas temporales. Del estudio de todas estas cuestiones se ocupaba la gnomónica o técnica de la construcción de relojes solares. La gnomónica, germen de la instrumentalización de la medición del tiempo, estuvo ampliamente difundida en Grecia a partir del siglo IV y posteriormente en Roma. Sin embargo, no está claro, a la luz del panorama científico que muestran los textos renacentistas, su ubicación en el organigrama científico de la época, ya que aparece tanto como parte integrante de la astrología en obras como la Institución académica real de matemáticas de Herrera como como parte fundamental de la arquitectura en, por ejemplo, la traducción de De architectura de Vitrubio Polión. Contraponemos, por tanto, las palabras de Herrera, “De la Astrología son partes la Gnomónica o Horologiographía, que trata del arte de los reloxes solares, de toda manera y en qualquier sitio hechos, y enseña otras subtilezas halladas por posición de estilos”, con las de Vitrubio “las partes del Architectura son tres: edificación, gnomónica, machinación”, para remarcar la rica complejidad conceptual en la que aparece ubicada la ciencia gnomónica, así como su vinculación diversa con varias disciplinas científicas.

Fue precisamente el desarrollo renacentista de los conocimientos geográficos y cartográficos surgidos gracias a los descubrimientos lo que contribuyó al avance de la ciencia astronómica, sin cuya aportación no podían realizarse las adecuadas mediciones espaciales y temporales necesarias en ese tipo de actividades náuticas y cosmográficas (Navarro Brotons 2002: 260). De esta manera, la base teórica geocentrista formulada por Tolomeo de Alejandría en el siglo II, que había permanecido prácticamente sin variaciones hasta bien entrado el siglo XVI, fue sustituida por el sistema heliocéntrico copernicano que, si bien ya se conocía en algunos círculos de científicos y técnicos, debido a presiones eclesiásticas no había sido, hasta entonces, aceptado abiertamente.

Aparte de la astronomía, la gnomónica está especialmente ligada a la geometría, puesto que resultaba indispensable tener nociones de geometría para entender la fabricación y el uso de los relojes solares. Puesto que el trazado de estos relojes se realizaba a partir de la figura del círculo y de la división de este en grados y minutos, la formación en materia geométrica era considerada imprescindible para todo aquel técnico que quisiera delinear adecuadamente un reloj de sol. Además, el conocimiento de esta ciencia era necesario para adecuar las medidas que podían obtenerse en los relojes solares a la posición y orientación de estos instrumentos. Estas diferencias de orientación propiciaron la existencia de una variada tipología relojera, presente en textos como el Libro de reloges solares (1575) de Pedro Roiz, tipología que en la época estaba conformada, entre otros, por relojes horizontales, verticales, laterales, occidentales, orientales, septentrionales y relojes con inclinación y con declinación.

Por otro lado, hay una modalidad de la relojería, la relojería mecánica, que formaba parte en el siglo XVI del ámbito de la ingeniería. A partir de la invención del reloj mecánico en el siglo XIV se produjo su paulatina instauración en los pueblos y ciudades, alentada por la gran fascinación que provocaba este instrumento, y que motivó la masiva demanda de esta clase de relojes mecánicos. Durante el Renacimiento, eran los ingenieros renacentistas los profesionales que se dedicaban a la construcción de máquinas, artificios y lógicamente, ingenios, entre los cuales, algunos de los más demandados eran los relojes. Uno de los ingenieros más importantes de la primera mitad del siglo XVI en España, Juanelo Turriano, conocido como “el relojero”, debe su gran fama en la época a dos de sus originales inventos, uno de los cuales era un enorme reloj planetario al que dedicó más de veinte años de su vida. Este reloj de gran tamaño, compuesto por más de 1800 ruedas, funcionaba gracias al movimiento de tan sólo tres muelles y en él se señalaba la posición de las estrellas así como se marcaban distintos tipos de horas.

A este respecto hemos de recordar que en la Antigüedad el día natural se dividía en día artificial, es decir, el período de tiempo en el que existía luz sobre el horizonte, y noche, y que tanto el día artificial como la noche se dividían en doce horas cada uno. Como la duración de estas horas dependía del momento del año, puesto que los días son más largos en un momento que en otros, estas horas no tenían siempre la misma duración, motivo por el cual fueron denominadas horas desiguales u horas iniguales. Frente a estas horas que pervivieron durante toda la Edad  Media en ámbitos eclesiásticos, náuticos y militares, fueron cobrando mayor relevancia las horas iguales, surgidas con la división del día natural en 24 partes iguales realizada en la Antigua Grecia. Las horas iguales, vigentes actualmente, fueron conocidas por los astrónomos como horas equinocciales, porque cada una de ellas equivalía a 15 grados en la línea equinoccial. La frecuencia de uso de este tipo de horas aumentó gracias a la invención del reloj mecánico en el siglo XIV, motivo por el que también se denominaron horas vulgares del reloj.

Además de todos estos instrumentos, solares o mecánicos, de medición del tiempo, sabemos que el calendario ha sido, desde tiempos remotos, uno de los sistemas cronométricos utilizados para señalar los cambios en la naturaleza. La coincidencia en la existencia de calendarios en comunidades muy distantes entre sí ha fomentado la consolidación del estudio calendarístico como uno de los factores de evaluación del grado de desarrollo de las civilizaciones. Fue su utilidad práctica en la señalización de los distintos tiempos de actividades agrarias lo que motivó el surgimiento de los calendarios en las comunidades antiguas, en los que se reflejaba, entre otras cuestiones, la duración de la época de lluvias o de sequía, de siembra y de cosecha y las festividades ligadas a la celebración de estas ocasiones.

Nuestro calendario actual, herencia de la cultura romana, sufrió la última de sus modificaciones en época renacentista. Hasta entonces había permanecido vigente el calendario de 365 días, con años bisiestos, establecido por Julio César en el año 46.  Sin embargo, este calendario tenía un desfase de doce minutos anuales respecto al año solar y esta diferencia temporal se fue acumulando. Además, resultaba muy complicado obtener el día de la Pascua de Resurrección, tal y como dictaba el procedimiento instaurado en el Concilio de Nicea fundamentado en el ciclo de lunaciones de 19 años que, descubierto por Mentón en el siglo V a. C., no tenía en cuenta los equinoccios. Como se estableció en este Concilio, el día de la Pascua de Resurrección, a partir de la cual se databan las demás fiestas religiosas, debía cumplir una serie de condiciones: tenía que caer siempre en domingo y después del undécimo día antes de las Calendas de abril, siempre y cuando los judíos no celebrasen su Pascua ese día, pues en este caso la Pascua se transladaría al domingo siguiente. Aunque hubo algunos intentos de ajuste propuestos por Alfonso X el Sabio, este calendario erróneo mantuvo su vigencia durante toda la Edad Media, hasta que ya en 1582 el Papa Gregorio XIII decidió materializar, con la ayuda de profesores de la Universidad de Salamanca, como Fray Luis de León, la reforma del calendario juliano. De esta manera, se subsanaban los errores existentes mediante la determinación de que al día 4 de octubre de 1582, fecha de la muerte de Santa Teresa de Jesús, le siguiera el 15 de octubre y se evitaban desarreglos futuros al considerar que los años centenarios serían bisiestos sólo si podían ser divisibles por 400. El Papa animó a toda la cristiandad a que adoptara este nuevo calendario que, paulatinamente, fue acogido por otros países, continuando vigente hoy en día en la mayor parte del planeta.

Los calendarios renacentistas señalaban, entre otras cuestiones, lo que en aquel tiempo se denominaban fiestas movibles y fiestas no movibles, es decir, las fiestas fijas en un determinado día del año, como la Navidad y aquellas que unos años se celebran antes y otros después, como la Pascua de Resurrección, la Sexagésima, la Septuagésima, Rogaciones, Ascensión, Pentecostés y el Corpus Christi. Como toda la vida civil se regulaba en torno a estas festividades, su fijación en los calendarios era especialmente importante para determinar el cumplimiento de leyes y ordenanzas.


2. Descripción de las principales fuentes del corpus de  cronometría y de sus autores

Anónimo (1554): Repertorio de los tiempos. Valladolid: Francisco Fernández de Córdova.

Anónimo es el autor del Repertorio de los tiempos, obra publicada en Valladolid en 1554 en la imprenta de Francisco Fernández de Córdova. Lo único que conocemos de él, tal y como aparece en el texto, es que se trataba de un religioso de la orden de San Bernardo. En el proemio al Repertorio, el autor explica que con el tratado pretende dar “noticia y relación verdadera (…) de las cosas más necessarias y útiles a la vida humana, assí como son los cursos de los dos luminares, Sol y Luna, y de sus oposiciones o conjunciones, eclypses y cosas semejantes, en qué día de qué año y mes acaescerán, con otras cosas bien necessarias al repertorio y cursos de los tiempos”. Los datos astronómicos contenidos en la obra abarcan el espacio temporal de 1554-1592.

En cuanto a la cronometría, el texto señalado es especialmente rico puesto que en él aparecen diversas unidades de medición del tiempo utilizadas en Renacimiento, muchas de ellas heredadas de la Antigüedad Clásica, como el cuadrante, el punto, el momento, la uncia y el átomo. La obra recoge, además, la etimología de los nombres de los meses, de los días de la semana, etc.

Helt Frisio, Hugo (1549): Declaración y uso del relox español. Salamanca: Juan de Junta, trad. Francisco Sánchez de las Broças.

Declaración y uso del relox español es una obra de Hugo Helt Frisio, escrita originalmente en latín y traducida al castellano por el Brocense. La obra, dedicada a Juan de Rojas, Marqués de Poza, se publicó en 1549 en la imprenta de Juan de Junta de Salamanca.

Hugo Helt nació en Groningen (Holanda) en 1525 y estudió en la Universidad de Lovaina, universidad que en la época gozaba de gran prestigio por la construcción de instrumentos matemáticos que profesores como Gemma Frisio llevaban a cabo. Seguramente en las clases de este profesor conoció a Juan de Rojas Sarmiento, segundo hijo del Marqués de Poza y autor de Commentariorum in astrolabium quod planisphaerium vocant (publicada en París en 1550 pero escrita unos cinco años antes), al que acompañó a España en 1545 y con el que residió unos tres años. Tal y como aparece en la dedicatoria, el texto contiene, entre otras cosas, la descripción detallada de un reloj que, a modo de astrolabio simplificado, Helt había ideado para agradecer los favores que la familia de los Rojas le había prestado. El reloj, que habría de embellecer las armas de la familia, estaba formado por varios círculos o ruedas en los que se realizaban todo tipo de mediciones, desde saber el día o la hora hasta determinar la fecha en la que caería la Pascua o cuál era la letra dominical. Además, en el texto aparecen nociones de astronomía general así como los datos necesarios para obtener la hora en distintos puntos de España. Aunque no se conservan las ilustraciones del reloj que la obra albergaba, sí que nos han llegado los dibujos del astrolabio del Commentariorum de Rojas Sarmiento, que era muy parecido.

Turriano, Pseudo-Juanelo (c. 1605): Los veinte y un libros de los yngenios y máquinas. Mss.

Mucho se ha discutido la autoría de Los ventiún libros de ingenios y máquinas de Juanelo (datados hacia 1605), el compendio de ingeniería más importante del Renacimiento español. En estos libros, de acuerdo con Frago García y García-Diego, el famoso nombre del ingeniero cremonés Juanelo Turriano fue utilizado para dar privilegio a la edición. En cualquier caso, este códice que, como afirma el título, mandó escribir el rey Felipe II, es un muestrario de gran número de ingenios y mecanismos que exaltan los saberes tecnológicos de este ingeniero, fundamentalmente en el ámbito de la ingeniería hidráulica. Juanelo Turriano, que trabajó tanto en la corte de Carlos V como en la de Felipe II, debe su fama a dos grandes ingenios: un magnífico reloj planetario al que dedicó más de veinte años de su vida y una gran obra de ingeniería hidráulica que construyó en Toledo,  conocida como “el artificio de Juanelo”, que, gracias a multitud de ruedas, subía el agua del Tajo hasta el Alcázar.

En cuanto a la cronometría, en Los ventiún libros de ingenios y máquinas de Juanelo,resulta significativo el libro 21 “el qual trata de divisiones de aguas, ansí de islas como de otras cosas de agua, y de relojes de agua”, libro que recoge las instrucciones de construcción y uso de varios relojes en los que el agua actúa como agente motor.

Roiz, Pedro (1575): Libro de reloges solares. Valencia: Pedro de Huete.

No es demasiado lo que conocemos de Pedro Roiz, autor del Libro de reloges solares (1575). Discípulo de Jerónimo Muñoz, fue Catedrático de Matemáticas en la Universidad de Valencia. Además, tras ejercer como párroco en la iglesia de San Valero, fue nombrado Canónigo de Valencia.

El libro de Pedro Roiz, impreso en Valencia por Pedro de Huete, es una obra en la línea del De solaribus horologiis et quadrantibus de Oronció Finé, tratado de gnomónica publicado en París en 1560.

A lo largo de sus 29 capítulos, no sólo aparecen las instrucciones para construir varios tipos de relojes solares, horizontales y verticales, denominados de diversas formas según fuera su orientación y su posición, sino que además se recopilan los conocimientos geométricos necesarios para la construcción y uso de estos relojes.

Vitruvio Pollión, Marco (1582): De Architectura. Alcalá de Henares: Juan Gracián, trad. Miguel de Urrea.

La traducción de De architectura de Vitrubio Polión fue realizada por Miguel de Urrea a mediados del siglo XVI y se imprimió en 1582 en los talleres de Juan Gracián de Alcalá de Henares.

Este gran compendio de arquitectura clásica debe su enorme difusión durante el siglo XVI al interés que los humanistas mostraron porque su contenido fuera un modelo a seguir por los arquitectos renacentistas.

La traducción de Miguel de Urrea, modesto ensamblador, fue la primera que se realizó al castellano y, si bien carece de rigurosa calidad literaria, es una rica muestra de las pretensiones didactistas de su traductor, que tuvo que sortear las dificultades de traducción del léxico técnico latino al castellano de aquella época, utilizando en ocasiones registros populares.

En cuanto a los instrumentos de medición del tiempo, es en el capítulo IX de la obra del arquitecto romano donde aparecen recogidos varios tipos de relojes solares de la Antigüedad Clásica, con algunas aclaraciones descriptivas, así como las referencias a sus inventores. Entre otros relojes curiosos encontramos el hemiciclo o reloj cavado en la piedra, la barca o hemispherio, que era un reloj de media esfera; el disco en llano, es decir, un reloj solar horizontal con forma de esfera; el araña, un reloj solar con todas las líneas horarias marcadas y el cuño o reloj con forma de cono.


3. Campos léxicos más importantes del área de cronometría

En el área de la cronometría encontramos los siguientes campos léxicos principales:

3.1. Instrumentos de medición del tiempo

Existen numerosas voces que designan diferentes tipos de relojes. Las más abundantes son los relojes de sol, como los relojes clásicos aljaba, ampolleta, anillo, ánulo, araña, barca, cilindro, cuadrante y hemisferio, o los denominados de acuerdo con su orientación, como el reloj occidental, el reloj oriental, el reloj septentrional o su posición en la pared, como el reloj horizontal, el reloj lateral, el reloj vertical, el reloj con declinación y el reloj con inclinación. También se hallan los relojes universales y generales, que son los que pueden utilizarse en cualquier lugar del mundo, frente a los relojes particulares, que sólo pueden ser utilizados a determinada altura.

Además aparece en los textos una diversa tipología de relojes, con distintas formas y mecanismos, como el reloj anular, el reloj cuadrangular, el reloj cuadrante, el reloj de arena, el reloj de agua, el reloj del azogue, el reloj de fuego, el reloj de ruedas y el reloj de campana(s).

3.2. Partes de los instrumentos de medición del tiempo

En cuanto a las partes o elementos de los relojes solares, el grupo más numeroso corresponde a las voces que designan la manilla del reloj de sol, como aguja, estilo, fiel, gnomon, hierro, lengüeta, perno, puntero y veleta. Si esta manilla estaba imantada, se denominaba compás, compasso, instrumento de camino y también aguja y lengüeta. En el caso de que la manilla marcara las horas gracias a su propio movimiento, como en los relojes mecánicos, aparece denominada demostrador, índice, diente, mano, manezuela, mostrador; el clavo que aseguraba la manilla era el fiel o perno.

Asimismo hemos recogido voces como ampolleta y vaso, que designan los recipientes que contenían el agua o la arena en algunos relojes, así como basa, remate, cubierta y argolla, denominaciones de diversas partes de los relojes solares portátiles.

En cuanto a los astrolabios, como el “reloj” de Hugo Helt, poseían varios círculos o ruedas en los que se llevaba a cabo todo tipo de mediciones, desde saber el día o la hora hasta determinar la fecha de la Pascua o la letra dominical. Estos círculos eran el arco horario, círculo de los días, círculo de las horas, círculo de la Pascua, círculo de la letra dominical, círculo del áureo número, círculo movible, círculos horarios, líneas horarias, rueda, rueda de la letra dominical, rueda de las horas, rueda movible, rueda solar, rueda horaria, rueda del sol. Asimismo los astrolabios disponían de una dioptra, instrumento con el que se realizaba la medición de la altura de los astros, compuesta por una regla o alidada, señalador, señalador movible y por palas, tablillas, pinacidios, pinácides y pínulas, pieza agujereada por la que se dirigía la vista para realizar estas mediciones.

3.3. Medidas del tiempo

Los términos que designan medidas de tiempo son muy numerosos. Algunos se utilizaban en cronología, como edad (del mundo), era, siglo, evo; otros, en la vida diaria, como siglo, década, año, cuarta, mes, semana, día, hora, cuarto de hora, quinto de hora, minuto, y otros como rato, plazo, dilación, periodo, término, instante son subjetivos, imprecisos en su amplitud.

Se encuentran distintos tipos de años, denominados de acuerdo con la persona que realizó una determinada reforma, como en año alfonsí, año cesariano, año de César, año de Tolomeo; o según su duración, conforme a los movimientos de los astros, como año de la luna, año lunar, año solar, año grande, año mundano, año bisiesto y año común.

En cuanto a los días, hay también diversos tipos, dependiendo de su duración, como el día artificial el día natural y el día vulgar, o dependiendo de las actividades que se realizaban en ese día, como el día de cancha, día de pallar, día de feria, día de fiesta, día de Navidad, día feriado, día festivo, día útil.

Respecto las medidas de tiempo obtenidas con instrumentos, hemos hallado tanto voces designativas de espacios de tiempo muy breves, como segundo, tercero, punto, momento y átomo, como numerosos tipos de horas. Las horas heredadas de la Antigüedad Clásica, resultado de la división en doce partes tanto del día como de la noche, y de duración, por tanto, variable, eran las horas artificiales, horas de los antiguos, horas de los planetas, horas desiguales, horas iniguales, horas naturales y horas temporales. En contraposición a estas estaban las horas del día natural u horas naturales, surgidas en Grecia por la división en 24 partes iguales del día natural, también denominadas horas equinocciales porque cada una de ellas equivalía a 15 grados en la línea equinoccial. Estas horas, vigentes en la actualidad, se denominaban también horas  iguales y horas vulgares del reloj.

3.4. El calendario y las fiestas

Son varias las voces de los calendarios que aparecen en los textos del corpus. Por un lado, las festividades, como Adviento, antruejo, Ascensión, Carnestoliendas, Ceniza, Corpus Christi, Cuadragésima, Circuncisión, Cuaresma, Epifanía, Letanías, Navidad, Octavas, Pascua, Pentecostés, Quincuagésima, Rogaciones, Septuagésima, Sexagésima y Trinidad y, por otro, los distintos tipos de fiesta, como fiesta de guardar, fiesta movible y fiesta no movible.

Hemos seleccionado, además, determinadas voces que designan conceptos geométricos de obligado conocimiento en la construcción y uso de los relojes, así como aspectos astronómicos implicados en la medición del tiempo. Asimismo, aparecen acciones partícipes en el devenir temporal como acortar, aumentar, correr, crecer, decrecer, durar, entrar, menguar, pasar y adjetivos que califican los espacios temporales, como breve, chico, corto, gran, grande, largo, pequeño, eterno, eternal, perpetuo. No hemos desdeñado, por otra parte, el léxico del paso del tiempo en las personas, tanto el que designa las distintas edades, como niñez, infancia, puericia, pubertad, adolescencia, juventud, vejez y senectud, como el referente a personas: niño, niño de teta, infante, mozo, muchacho, joven, viejo y anciano.