Diccionario de la Ciencia y de la Técnica del Renacimiento

LA ORGANIZACIÓN DEL SABER CIENTÍFICO Y TÉCNICO EN EL RENACIMIENTO HISPANO: INTRODUCCIÓN


Estefanía Moralejo Santos

1. Aproximación histórica a la estructuración del saber

Ya en la Antigüedad grecolatina, Cicerón, entre otros pensadores, postuló la primacía de las artes liberales, frente a las manuales o mecánicas, por ser las primeras propias del hombre libre, del ciudadano no atado a la servidumbre de la labor productiva. Este fue de hecho el argumento en el que años antes se basó Aristóteles para defender y explicar la legitimidad de la esclavitud.

Los griegos, con su división de las artes en liberales y mecánicas, marcaron la distribución del saber hasta nuestros días, y con ello condicionaron no solo una organización, sino también la connotación que el ejercicio de cada una de ellas acarreaba.

El esquema concreto en que se estructuraban las artes liberales encuentra su distribución original en la alta Edad Media y seguirá vigente hasta el Renacimiento: estaban constituidas por las artes o disciplinas del lenguaje -o trivium- y por las disciplinas matemáticas -o quadrivium-; estas últimas representadas por la aritmética, la geometría, la astronomía y la música.

La Philosophia, con sus disciplinas básicas de la filosofía natural, moral y metafísica o teología, era considerada como el culmen de las artes liberales y estudio libre por sí mismo; las artes mecánicas, en cambio, “designaban todo el ámbito de las técnicas encaminadas a la fabricación de artefactos o machinae y, en general, las técnicas productivas” (Granada Martínez, 2004: 63-64).

En ellas el productor del arte, el artesano, no trabajaba para sí mismo, sino para otro destinatario, que es quien decide y determina las características del producto y del trabajo. De este modo, aunque el mechanicus tenga el estatus jurídico de individuo libre, su ejercicio es subordinado o heterónomo.

Y al margen de la esfera de las artes liberales y sin atender a la desvalorización de que eran objeto desde la cultura letrada -y esto hasta hoy-, las artes mechanicae, las técnicas, en la Antigüedad y en la Edad Media, conocieron su desarrollo particular ligado a la producción y motivado por la necesidad económica y productiva, que tiene su dinamismo propio como ámbito de la realización del progreso social. Su transmisión y desarrollo se dieron en el ámbito de los talleres y de la organización gremial.

Si observamos el ejemplo de las técnicas de la pintura, escultura y arquitectura (futuras «bellas artes»), veremos cómo sus practicantes tienen el estatus de mechanici, pues el destinatario de su trabajo no es el propio ‘artista’ o ‘técnico’. En el siglo XII, Hugo de San Víctor las presenta en su Didascalion, donde muestra un esquema en el que las artes mecánicas se agrupan en siete, paralelamente a las liberales.

Dice que la mecánica es la ciencia mediante la cual el hombre imita la naturaleza, para que le asista en la satisfacción de sus necesidades corporales. En su clasificación atribuye el mismo estatus a las artes mecánicas que a las artes liberales. Distingue siete ciencias en la filosofía 1 «mecánica» (que coloca junto a la filosofía natural, la filosofía moral y la filosofía del lenguaje); tres de esas ciencias se ocupaban de cosas exteriores al cuerpo: la primera era el tejido, la segunda empleaba todo tipo de aparatos (actividades como la alfarería, la cantería, la albañilería y la arquitectura, la minería, el trabajo de la madera y la metalurgia); y la tercera era la náutica (que incluía la actividad comercial). Cuatro de estas ciencias mecánicas servían a las necesidades corporales: el cultivo del suelo, la caza (que incluía la preparación de la comida), la medicina y las artes teatrales.

Un ejemplo que constituye una excepción a lo anterior, y que responde a la dinámica propia de la economía y del funcionamiento social es la incorporación en las universidades desde el principio de dos facultades no exclusivamente liberales: Medicina y Derecho, frente a las facultades liberales de Artes (Filosofía y Ciencia) y de Teología.

Los siglos XV y XVI fueron testigos del surgimiento de un capitalismo incipiente y de un desarrollo de la manufacturación, vinculados ambos a las necesidades de los nuevos estados nacionales. Con ello, el trabajo se verá valorizado y las técnicas mecánicas gozarán de una dignificación que se irá articulando con el desarrollo de la ciencia moderna.

Los artistas o técnicos, que venían del mundo medieval designados despectivamente como mechanici e integrados en el sistema gremial, verán elevarse su posición social de artistas entre los siglos XV y XVI; las grandes figuras artísticas del Renacimiento italiano se encargarán de reivindicar la base teórica o intelectual de las artes o técnicas: arquitectos como Alberti o Bruneleschi y pintores como Leonardo o Miguel Ángel, quienes argumentan que, de la misma manera que en las artes liberales del quadrivium, así también sus respectivas técnicas resultan impensables sin la base de las matemáticas para ser ejercitadas y llegar a su perfección.

Las artes mecánicas, ligadas principalmente al terreno de la actividad económica y de la producción, vendrán designadas en lo sucesivo como técnica o técnicas, término de procedencia griega que con anterioridad aludía a una realidad más general y universal, la equivalente a la palabra latina ars.

Tres inventos emblemáticos transformarían la sociedad y el mundo: la imprenta, la pólvora y la brújula o aguja de marear, con el consiguiente desarrollo de la navegación. El incremento de estas dos últimas estuvo especialmente unido a las necesidades de esa nueva formación emergente que fue el Estado nacional moderno. Asimismo las necesidades bélicas impulsaron la arquitectura militar (fortificación) y la metalurgia.

Por otra parte, la política de expansión oceánica de los estados modernos europeos (entre ellos España, Portugal, Francia e Inglaterra) impulsó el perfeccionamiento del «arte de navegar».


2. Renacimiento: continuidad con la Edad Media y aportaciones nuevas

Los progresos técnicos y el desarrollo científico de este período que nos ocupa son deudores de largas e importantes herencias culturales. Aunque, si bien una parte de la actividad científica del Renacimiento es prolongación de las aportaciones medievales, hay muchísimas innovaciones que responden con justicia a la llamada “revolución científica” renacentista; y es por lo que se ha hablado de componentes de continuidad y discontinuidad en el paso de la ciencia de la Edad Media a la moderna (Lindberg 2002). Aunque, como hemos visto, las técnicas van adquiriendo una relevancia mayor en el Renacimiento, la valoración social de sus practicantes como artesanos continuará siendo de una categoría y posición social inferiores. Las técnicas siguen siendo asociadas con un carácter empírico, desligado de toda teoría científica; Alexandre Koyré (1971: 338) examina la situación de las técnicas en cuanto a su relación con la ciencia, concebida ésta como algo teorético-contemplativo, desde la Antigüedad hasta el siglo XVII:

Puesto que no es de la epistéme (de la ciencia) de donde la téchne recibe las reglas que sigue y que observa y puesto que estas reglas no le caen del cielo, hemos de admitir por fuerza que el origen de la técnica es independiente y por tanto que existe un pensamiento técnico, que es un pensamiento práctico, esencialmente diferente del pensamiento teórico de la ciencia. Un pensamiento activo, operativo (...) que constituye, en el marco del sentido común, por experiencia, por trial and error, las habilidades manuales de los oficios y las reglas de las artes. Y son precisamente esas reglas, las que transmitiéndose de generación en generación, acumulándose y combinándose, han formado ese tesoro de saber empírico -saber precientífico- que ha permitido a los hombres desarrollar las técnicas e incluso llevarlas a un nivel de perfección insuperable antes de haber concebido su teoría. Todo esto no quiere decir que la ciencia no pueda volverse hacia la técnica y hacer la teoría de la práctica. Es entonces justamente cuando aparece la tecnología, ciencia técnica y técnica científica que, por relación a la técnica empírica, es lo que la ciencia griega fue con relación al saber de los agrimensores egipcios.

La cultura renacentista, por tanto, será testigo de la desaparición del abismo que separaba ciencia o filosofía de las técnicas, surgiendo una dinámica de convergencia y colaboración, que concluirá en un cuestionamiento cada vez mayor de un conocimiento meramente contemplativo y, paralelamente, la estimación del saber útil o prácticoque llevará al hombre a un dominio del mundo.

Debido a este importante cambio, la organización y las categorías anteriores se desdibujaron y fueron sustituidas por la fe en una liberación del hombre gracias a la eficacia de la tecnología que emanaba del conocimiento científico del mundo.


3. La convergencia de artes mecánicas (y técnicos) y ciencia (y hombres de ciencia) en el Renacimiento

La consecuencia de esta nueva concepción en la mentalidad del hombre renacentista será el prestigio creciente de las técnicas y la conciencia cada día más arraigada de que constituyen un conocimiento útil e incluso imprescindible para el desarrollo mismo de la ciencia, así como la convicción de la necesidad de unir las dos dimensiones, teorética y técnica.

Un ejemplo que ilustra esta situación lo encontramos en la obra de Andrés Vesalio, De humani corporis fabrica, publicada en 1543, que marca el inicio de la anatomía moderna. En ella el autor denuncia la forma en que se realizaba la lección de anatomía, en la cual el diseccionador, «ignorante del arte de hablar, no está capacitado para explicar la disección a los alumnos y dispone malamente la demostración que debería seguir a las explicaciones del médico, mientras que éste nunca pone manos a la labor, sino que va orientando despreciativamente el buque con la ayuda del manual y habla. Así, todo es mal enseñado, se malgastan los días en cuestiones absurdas y se les da a los alumnos menos nociones y más confusas que las que cualquier carnicero, desde su banco, podría enseñarle al doctor» 2. Así propugnaba la convergencia en la medicina de la teoría y la observación directa, denunciando la inevitable decadencia de todo saber teórico que pretenda desgajarse del trabajo y de la manipulación técnica de ese sector de la naturaleza que pretende conocer.

La ciencia, por tanto, no puede volver la espalda al territorio de las artes mecánicas; por el contrario, debe volverse directamente a ellas y asumir su experiencia, tanto más cuanto que en el ámbito de estas artes o técnicas nos encontramos con un saber que no está en absoluto estancado, sino en progreso constante, en una acumulación progresiva, como consecuencia de las aportaciones de las sucesivas generaciones. La ciencia pura encuentra un vasto campo de ejercicio en el territorio de las técnicas; en palabras de Galileo Galilei (1976 (1638)): «hablar con ellos (los técnicos) me ha ayudado muchas veces a investigar la causa de efectos no solamente maravillosos, sino ocultos también y apenas creíbles».

Este reconocimiento está en la base de la «invención» galileana del telescopio: el cannochiale era un descubrimiento reciente de técnicos flamencos, los cuales lo usaban con fines lúdicos, así como en el ámbito de las técnicas y muy especialmente en el terreno militar. Gracias a su habilidad y pericia en el campo de las técnicas, en la construcción de aparatos técnicos, Galileo consiguió fabricar, a partir de las noticias orales recibidas acerca del instrumento y mediante sucesivos intentos, un primer tubo telescópico que ofreció al estado veneciano como ingenio útil para las necesidades bélicas y de navegación. Pero, además, lo aplicó a la observación celeste y astronómica, con el resultado testimoniado por el Sidereus nuncius (1610): ampliación extraordinaria y creciente de la experiencia astronómica con el consiguiente enriquecimiento y mutación de la «realidad» celeste, comienzo de la era instrumental en la ciencia por la constitución de una experiencia nueva mediante la interposición del instrumento entre nuestros ojos y el objeto.

Algunos filósofos del Renacimiento, a partir de las nuevas propuestas pedagógicas del Humanismo, reflexionan sobre la organización de los estudios. Luis Vives publicó en 1531 De Disciplinis, obra en la cual lleva a cabo un examen general de las diferentes disciplinas que constituían el saber humano. En la primera parte, Causas de la corrupción de las artes, trazaba un cuadro sombrío del proceso histórico, caracterizado por la universal aceptación del principio de autoridad. Ello, según Vives (1948 (1531): 484), era especialmente manifiesto en el ámbito de la filosofía natural, donde la ciega sumisión a Aristóteles llevaba a pensar necia e ingenuamente que la naturaleza estaba suficientemente conocida por haberla encerrado en una red de categorías puramente verbales, cuando lo cierto es que saben más de ella y de su funcionamiento los técnicos.

La segunda parte (Acerca del arte de enseñar) trazaba un amplio cuadro de reforma de la enseñanza de las diferentes disciplinas. Su mirada seguía limitada a la enseñanza de las artes liberales y de la filosofía o ciencia, pero en el curso de su examen se hacía evidente un fuerte disgusto ante la «teoría pura», a la cual oponía como mucho más preferible un saber encaminado a la satisfacción de las necesidades prácticas. Por ejemplo, a propósito de la astronomía se decía que, excluida por supuesto la impía y vana astrología 3,

exclusivamente se referirá a la fijación y estado del tiempo, sin lo cual las faenas rústicas, que son base de toda vida, no pudieran efectuarse, como también a la posición de los lugares y su longitud y su latitud, conocimientos muy convenientes a la Cosmografía, y necesarios para el arte de navegar, que, sin esta enseñanza, resultaría harto incierta y titubeante, expuesta a los mayores y más mortales peligros 4.

Consiguientemente, exhortaba el humanista al hombre europeo culto, salido de una escuela humanista renovada, a examinar con detenimiento las diferentes técnicas indispensables para la vida. El medio más apropiado, según Vives (1948 (1531): 635 y ss.) era «acudir sin empacho a los talleres y a las factorías y preguntar y aprender de los artesanos las particularidades de su arte. Porque de muy atrás, los sabios se desdeñaron de apearse a este plano y se quedaron sin saber una porción incalculable de cosas que tanta importancia tienen para la vida». De este modo, la tradicional división entre artes liberales y artes mecánicas o técnicas quedaba superada como un prejuicio elitista injustificado.

Pierre de la Ramée realizó una elaboración completa y sistemática de lo que en la obra de Vives aparece como registros esporádicos: en el marco de una concepción general del saber y de su función social, que se une a un proyecto global de reforma de la enseñanza. Parte de la convicción de que la enseñanza tradicional, basada en la distinción y separación entre artes liberales y mecánicas, junto con la concepción puramente teorética del saber, estaba basada en unos presupuestos completamente erróneos, cuyas consecuencias en el plano social eran de enorme trascendencia y del todo negativas. La denominación despectiva de «usuarius» que sus detractores dieron a Ramus es suficientemente indicativa de la orientación de su reforma pedagógica y de su posición ante la técnica, así como de las resistencias a que debió oponerse. El uso o la aplicación práctica en las técnicas constituye el fin del conocimiento, el cual no reside en la mera contemplación de una verdad atemporal e independiente de las cosas mismas, sino en directrices prácticas o reglas de intervención técnica sobre la naturaleza con el fin de facilitar y aligerar la vida humana. Ramus insiste constantemente en este punto, que vale por igual para todas las artes, desde las artes del lenguaje (gramática, lógica) hasta las artes o disciplinas matemáticas y hasta la física o filosofía natural misma 5.

Ramus buscó la colaboración de artesanos que suplieran sus propias carencias y lagunas en el campo de las matemáticas, como es el caso de Pierre Forcadel, hombre iletrado, pero matemático capaz, para quien consiguió incluso -a pesar de que ignoraba la lengua latina- el nombramiento de «lector real» de matemáticas en 1563. El que Forcadel impartiera sus lecciones de matemáticas en lengua francesa no representó para Ramus ningún impedimento, dada su competencia técnica, a la hora de su promoción académica.

De esta forma la filosofía del Renacimiento tardío había alcanzado ya una rehabilitación técnica y abolido (o, al menos, seriamente cuestionado) la jerarquización que la depreciaba y diferenciaba poderosamente con respecto a la ciencia pura.

En 1605 Francis Bacon publicaba Of the proficience and avancement of Learning. Dicha obra contenía su concepto de la ciencia, caracterizado por el abandono definitivo de la vieja y tradicional concepción contemplativa de la ciencia, como un saber de finalidad puramente cognoscitiva. Formulaba con claridad lo que iba a ser el lugar de la ciencia en la sociedad europea moderna: la obtención del dominio humano sobre la naturaleza mediante las directrices operacionales emanadas naturalmente del conocimiento científico, una técnica científica o tecnología que es la vertiente operacional en que se traduce espontáneamente el conocimiento científico y mediante la cual el hombre se libera de su servidumbre con respecto a la naturaleza, convirtiéndose por el contrario en señor de la misma.

Según Bacon, la verdadera y legítima finalidad de las ciencias no es otra que «dotar a la vida humana de nuevos descubrimientos y recursos». Bacon subraya siempre el estancamiento de la ciencia tradicional, incluso su decrecimiento, por la incapacidad de superar el nivel alcanzado por sus primeros formuladores.

De este modo, la técnica recibió gracias a Bacon una rehabilitación que venía a inaugurar la concepción propia de la modernidad.


4. El despertar científico-técnico en el Renacimiento hispano

Ahora bien, si nos circunscribimos al marco histórico concreto de la España renacentista, las áreas de actividad científica existentes en la época podían dividirse en dos grandes bloques, señalados por José M. López Piñero (1999): el primero estaba formado por los conocimientos teóricos -matemáticas, cosmografía, geografía e historia natural y filosofía natural- y el segundo integraba las técnicas o “artes”, que agrupa disciplinas como la medicina, el arte de navegar, la ingeniería y el arte militar, entre otras de carácter predominantemente práctico. Aunque, según lo confirma Cirilo Flórez Miguel (2006), la conexión entre Ciencia y Técnica a lo largo de la época áurea fue también evidente.

Fue en la época de los Reyes Católicos (1479-1504) y de la regencia de don Fernando (1504-1516) cuando España, mera denominación geográfica durante tanto tiempo, se convirtió de algún modo en una realidad histórica. La energía con la que esta nueva entidad política irrumpió en el escenario internacional asombró a muchos observadores, como Maquiavelo (1980 (1513): 143):

Tenemos en la actualidad a Fernando, rey de Aragón, el actual rey de España, que merece ser considerado muy justamente como un nuevo príncipe, pues de un pequeño y débil rey ha pasado a ser el mayor monarca de la Cristiandad.

En el transcurso de unas décadas, España llegó a convertirse en la mayor potencia del ecúmene, para lo cual construyó un complejo sistema de gobierno que administró el mayor y más disperso imperio conocido hasta entonces. Este acelerado proceso de ascenso del poder de una monarquía universal afectó al desarrollo de las actividades científicas y técnicas, y, de hecho, la revolución científica que tuvo lugar en el Renacimiento europeo resultaría incomprensible si no se presta atención al impacto que supuso en el horizonte intelectual europeo la irrupción de una Quarta Pars a partir de la publicación, en 1507, del célebre mapamundi de Waldseemüller, donde por primera vez aparece inscrito el nombre América.

Durante el siglo XVI el protagonismo hispánico fue notorio en ambos fenómenos. La tensión entre elementos modernos y tradicionales fue habitual en las universidades hispánicas, focos de un nuevo humanismo científico que depuró el conocimiento del legado greco-latino. Esa herencia, además, se había preservado y actualizado en la Baja Edad Media de la Europa occidental en campos como la astronomía o la medicina gracias a la labor en el Al-Andalus por cultivadores de esos saberes científicos, o por los sabios de la Escuela de Traductores de Toledo.

Cabe, pues, afirmar que los cultivadores de la ciencia y la tecnología en la España del siglo XVI no solo siguieron las alas del Imperio, sino que también hicieron posible su vuelo. Pero cuando ese movimiento ascendente no se pudo sostener, y las dificultades y obstáculos para el buen funcionamiento de la maquinaria de la monarquía católica se sucedieron durante el reinado de los Austrias menores, sobrevino el declive en el cultivo de los saberes, y se debilitó el espíritu de curiosidad que había vivificado la cultura de muchos humanistas y hombres del Renacimiento. El cortocircuito de la modernidad española, que empezó a gestarse durante el reinado de Felipe II, dejó sin sentido el lema Plus Ultra que había animado la creatividad, el dinamismo y el empuje de la sociedad hispana durante gran parte del siglo XVI, y la encogida España imperial de los Austrias menores permitió que se lo apropiaran con éxito otras naciones europeas, como Inglaterra. Allí lo usó con provecho el canciller Francis Bacon para profetizar, en la portada de su obra fundacional La gran restauración, el advenimiento de la nueva ciencia.

El movimiento humanístico que floreció en los reinos hispánicos a lo largo del último cuarto del siglo XV y durante el siglo XVI fue un gran revulsivo para el cultivo de las ciencias y estimuló la curiosidad por saber cosas nuevas. Los lugares en los que ese humanismo científico tuvo oportunidad de expresar su potencialidad fueron las universidades, que vivieron una época dorada en el transcurso del siglo XVI. En ellas se realizó una recuperación del saber greco-latino.

Gracias a la empresa colombina, se pudo desplegar sin límites ese espíritu de curiosidad. En primer lugar, para dominar la navegación oceánica se estableció una alianza entre la ciencia y la técnica que se materializó en la creación de la Casa de Contratación. En esta institución sevillana -uno de los primeros centros científicos europeos en los que se intentó reunir y ensamblar de forma sistemática los diversos fragmentos del conocimiento que se estaban adquiriendo en la exploración de los nuevos mundos- se sentaron las bases de la cartografía como disciplina científica. En segundo lugar, esa Quarta Pars hasta entonces ignota generó entre los hombres curiosos e intrépidos que se aventuraron a recorrerla y poblarla un movimiento colectivo de estudio de la naturaleza y las culturas americanas, dialogando en ocasiones con los saberes amerindios.Los trabajos de esos observadores estimularon el desarrollo de la historia natural, favorecieron un mejor conocimiento de la «física» del globo, y han sido fuente de inspiración para los modernos antropólogos culturales. Como muestra cabe destacar el gran esfuerzo de síntesis realizado a fines del siglo XVI por el jesuita José de Acosta en su gran obra Historia natural y moral de las Indias.

Pero en la construcción de la máquina imperial de la monarquía de los Habsburgo durante el siglo XVI también desempeñaron un papel fundamental los ingenieros, un nuevo tipo de actor social que combinaba en su práctica profesional conocimientos teóricos y prácticos. Cualificados representantes del nuevo «homo faber» del Renacimiento, los ingenieros conectarán con la cultura científica a través de las llamadas «artes», entre las que destacaron el militar, el de la arquitectura, el del beneficio de los metales y el de la navegación. El esfuerzo de renovación científica que se produjo en la dinámica sociedad hispana de la primera mitad de este siglo tuvo una cierta continuidad a lo largo del polémico reinado de Felipe II (1556-1598); como se manifiesta en las diversas empresas culturales que promovió, es evidente que la corte española no permaneció impasible ante los avances de la ciencia y la técnica. Una característica original de ese período fue que el cultivo de los saberes científico-técnicos se convirtió en un asunto de Estado, porque los gobernantes reconocieron su enorme utilidad para mejorar la gestión del Imperio. De ahí el particular empeño de Felipe II por el establecimiento de instituciones como la Real Academia de Matemáticas, o que contasen entre sus más estrechos colaboradores personajes como el arquitecto e ingeniero Juan de Herrera, el matemático Pedro de Esquivel o el cosmógrafo Juan López de Velasco. La contrapartida de esa situación fueron el incremento del control ideológico y el dirigismo político en las actividades científico-técnicas. En efecto, esas instituciones y agentes culturales eran meros satélites en torno al rey y sus instrumentos de gobierno, que para la financiación y ejecución de sus trabajos dependían de la Corte o de los Consejos de administración del Estado, particularmente de los de Indias y de Guerra.

El poder de la corona intervino en una serie de tareas que comprendían desde la descripción histórico natural y geográfica, la navegación, la cartografía y la construcción naval, hasta la unificación metrológica y la fortificación. Todo ello posibilitó la adquisición en lengua castellana de una terminología científica con la que nuestro idioma no contaba hasta entonces, gracias a la encomiable labor de traducción desarrollada en toda la Europa renacentista, e impulsada en nuestro país concretamente desde la Real Academia, y del mismo modo ayudó al avance del castellano que, como consecuencia de ser considerado vehículo de divulgación científica, gozó de manera paulatina pero con un gran vigor una gran especialización experimentó en cuanto a su capacidad para reflejar los nuevos contenidos técnicos.

Unido a todo esto, no debemos olvidar el impulso vulgarizador de los contenidos especializados gracias en parte al auge de la actividad traductora y, por supuesto, estimulado todo ello por la fuerza divulgadora de la imprenta.


5. El humanismo científico. Método filológico y ciencia

En 1481 Nebrija publicó las primeras Introductiones latinae, un manual de gramática latina que gozó de gran éxito en la sociedad instruida de aquella época. Era el texto programático de un nuevo método de estudio por el que se entraba a la “puerta del saber” a través de la “gramática metódica”. Con ella se pretendía “desarraigar la barbarie de nuestra nación”, mejorando el uso correcto de las lenguas cultas para combatir la jerga medieval, fundamentalmente escolástica, con la que se encontró Nebrija a su vuelta a España tras su formación italiana en las renascentes llitterae. Coincidiendo con la trayectoria intelectual de este humanista, que se dedicó con igual esmero a la filología, a las matemáticas, a la astronomía 6, a la geografía o a la historia natural, en el transcurso de cuatro décadas -de 1481 a 1522- se produjeron dos fenómenos interrelacionados que resultaron decisivos en la cultura científica de los reinos hispánicos de la primera Edad Moderna: la consolidación del humanismo como nuevo paradigma cultural, y la propagación de éste por las universidades, que desempeñaron un papel fundamental en su difusión entre las elites hispánicas. De esta forma, la renovación de saberes como la historia natural, la cosmografía o la propia medicina tuvo un marcado carácter filológico.

Ahora bien, la crítica sobre Plinio que realizó en 1492 el médico de la Universidad de Ferrara Nicolò Leoniceno, puso de manifiesto las limitaciones que presentaba el método filológico al aplicarse a ciertas prácticas disciplinares. La polémica a la que dio origen concluyó con el reconocimiento de que los problemas que se planteaban en la obra no se solventaban en textos y diccionarios, sino con la observación y la experiencia directa. La consolidación de este nuevo método inauguraba el segundo período que corresponde propiamente al llamado “humanismo científico”.

En él era imprescindible la observación de la Naturaleza, es decir, contrastar los objetos naturales con lo que describían los autores antiguos. Producto de este innovador quehacer científico en Europa destacan la obra anatómica de Andrés Vesalio (1543), la botánico-farmacológica de Andrea Mattioli (1544) y la matemático-cosmológica de Nicolás Copérnico (1543), quienes cuestionaron los aportes de grandes autores clásicos como Galeno, Dioscórides y Ptolomeo, respectivamente. El célebre médico judeoconverso Andrés Laguna (Segovia, h. 1510-Guadalajara, 1559), cuya traducción al castellano comentada de la Materia médica de Dioscórides fue publicada en Amberes en 1555, o la del aragonés Miguel Servet (Villanueva de Sigena, Huesca, 1511-Ginebra, 1553) quien, además de implicarse en las disputas teológicas de los tiempos de la Reforma, hizo una importante edición latina comentada de la Geografía de Ptolomeo, y efectuó la más relevante rectificación durante el siglo XVI a la fisiología galénica al formular la circulación pulmonar de la sangre.


6. Humanismo y universidad

La consolidación del humanismo científico en los territorios hispánicos se produjo con el gobierno de los Reyes Católicos y el de Carlos I (1517-1556); en ella desempeñó un papel primordial la universidad, tanto las antiguas instituciones como la salmantina, como las creadas en esta época, como la valenciana y, sobre todo, la de Alcalá. Son instituciones cuya labor consistía en producir y comunicar conocimientos que se extendieron por toda la Península Ibérica y, desde 1538, por el continente americano.

Son organismos con una estructura docente sólida desde finales del siglo XV y de ellos surgió gran parte del aparato técnico necesario para el funcionamiento de la maquinaria política de la monarquía hispana. El primer paso para un estudiante era cursar la Facultad de Artes; considerada como “menor”, preparaba la formación para el acceso a las cuatro facultades “mayores” (Teología, Cánones, Leyes y Medicina), a su vez organizadas en una secuencia jerárquica de mayor a menor que respondía tanto a la importancia de las disciplinas que se impartían en ellas, como al prestigio social y la remuneración pecuniaria de sus cultivadores. Los estudios científicos se impartían en dos facultades: la de Artes, donde se enseñaba filosofía natural, cosmografía y matemáticas, y la de Medicina. A esta última se dedicaba la mayor parte de gente de ciencia entre 1481 y 1600 en España; según López Piñero (1979), una cuarta parte del total, o sea 177 de los 693 cultivadores de la ciencia.

Gracias al prestigio adquirido por la universidad, protagonista de la revolución educativa que vivieron los reinos hispánicos en la temprana Edad Moderna, el número de centros universitarios se multiplicó durante el siglo XVI en la España peninsular: si en 1475 existían 7 universidades, en 1625 contábamos con 33. Según López Piñero, 222 de los 572 cultivadores de la ciencia en el siglo XVI se formaron en universidades y, entre ellos, 65 lo hicieron en Salamanca, 53 en Alcalá y otros 53 en Valencia. Y de 154 cultivadores de las ciencias que trabajaron en diferentes instituciones científicas españolas, 30 lo hicieron en la Universidad de Salamanca, 28 en la de Valencia y 21 en la de Alcalá.

Si bien la Universidad salmantina respondía al modelo organizativo claustral, así como Valladolid, Santiago, Baeza, Granada o Coimbra, la valenciana y la complutense siguieron modelos diferentes. El de la Universidad de Salamanca seguía la tradición medieval y era un sistema descentralizado y bastante democrático. En cambio la Universidad de Valencia, al igual que las de Zaragoza, Barcelona, Lérida o Vich, se organizaron según el patrón municipal propio de la Corona de Aragón, caracterizado por el apoyo directo de la burguesía en el sustento institucional. Por su parte, Alcalá siguió el modelo colegial: el mecenas era el centro de la institución, ya que era el fundador del colegio-universidad y a su vez quien decidía y fijaba todos los objetivos que el centro debía seguir. Adoptaron el modelo colegial otras universidades como la de Osuna, Sigüenza y Toledo. Sin embargo, la universidad con más prestigio de la época fue sin duda la de Salamanca; si atendemos a Bécares-Botas (2006: 20),

(Salamanca) era una ciudad que nunca pasó en aquel siglo de los 18000 habitantes. Ciertamente era una ciudad pequeña, pero donde una tercera parte de sus gentes, como mínimo, eran estudiosos y estudiantes de su Universidad (en el curso 1566-67 eran 7832 los alumnos matriculados), y donde la demanda de textos escolares y profesionales tenía que ser muy alta. O si vemos a Salamanca no exclusivamente como centro receptor, sino difusor: de Salamanca salían balas de libros para toda España y América (y alguna también para Europa).

En ella predominaban los estudios de teología y derecho canónico, pero asimismo las materias científicas que se enseñaban en las Facultades de Medicina y Artes estuvieron muy presentes. En esta última podríamos destacar la cátedra de Astrología, transformada más tarde en la de Cosmografía y Matemáticas, donde se aprendía en un período de tres años astronomía teórica y práctica, matemáticas y geografía; también la cátedra de Filosofía Natural y las de Gramática de las lenguas clásicas adquirieron mucho prestigio.

Por su parte, Nebrija expresó su adhesión a las tendencias más progresistas en el campo de la cosmografía: las que introducían factores de precisión matemática a las descripciones geográficas clásicas. Humanistas como Nebrija y su entorno consiguieron dar a luz una nueva concepción cosmográfica gracias al análisis crítico de los textos de la Antigüedad. En 1499 publicó In Cosmographiae libros introductorium, donde presentaba una sinopsis de los nuevos conocimientos en esta materia y animaba a profundizar acudiendo a las fuentes de sabios como Estrabón, Plinio, Mela o Ptolomeo, representantes de una corriente más avanzada frente a las anteriores, fundamentalmente descriptivas.

Abraham Zacuto fue otro catedrático salmantino que impulsó una astronomía matematizada mediante la creación de un astrolabio en bronce simplificado para los navegantes y la plasmación de las tablas astronómicas más utilizadas en su tiempo.

La aportación científica de la Universidad de Salamanca resultó primordial para la expansión oceánica castellana y para su desarrollo del Arte de Navegar. Desde los primeros pasos de la aventura de Cristóbal Colón, este mantuvo comunicación con el catedrático Antonio de Nebrija, dando lugar a un fuerte contacto e intercambio entre el conocimiento teórico universitario y las prácticas de los navegantes. Como señaló Francisco Rico (1993), en dicha relación se intercambiaron ciencia y experiencia, letras y técnica.

La universidad de Alcalá de Henares, fundada en 1499 por el cardenal Cisneros, con una marcada orientación humanística en todo el campus alcalaíno, dio primacía a la Facultad de Teología y a la de Medicina y prescindió de la Facultad de Leyes.

En cuanto a la Universidad de Valencia, se puede destacar el alto nivel que se impartía en su Facultad de Artes en materias como matemáticas, astrología y filosofía natural. En ella trabajó el filólogo, matemático y cosmógrafo Jerónimo Muñoz (Valencia, ca. 1520-Salamanca, ca. 1591), autor de los Comentarios al segundo libro de la Historia Natural de Plinio así como del Libro del nuevo cometa y sus comentarios sobre Copérnico. Posteriormente acabaría su carrera docente como catedrático en Salamanca. También en Valencia se fundó en 1590 una cátedra que trataba los medicamentos químicos, siguiendo la corriente de Paracelso, uno de los renovadores de la medicina de la época. En palabras de López-Ocón (2003: 42),

el movimiento humanístico significó, pues, un gran revulsivo para el cultivo de las ciencias en la España del siglo XVI. Su poderoso influjo afectó tanto a las estructuras curriculares de todo el sistema educativo, como al método de formación, que enfatizó el conocimiento empírico. Un requisito imprescindible para el estudioso era una nueva lectura de los viejos textos de la Antigüedad, incluidos los tratados técnicos y matemáticos escritos por autores como Vitrubio y Euclides. Este innovador modo de ver y de actuar se expresó en prácticas esenciales, como la crítica de la tradición disciplinar transmitida textualmente, y la autopsia, es decir, la contrastación del conocimiento textual con la experiencia de los propios ojos.

Sin embargo, si tenemos en cuenta las palabras de Bécares Botas (2007: 12),

lo característico de la librería salmantina típica es el libro universitario, en latín, aunque no lo sea exclusivamente (...); lo mismo que puede observarse un marcado predominio de la ciencia universitaria, teórica, sobre las artes mecánicas, prácticas (agricultura, arquitectura, náutica, res militaris), de presencia mucho más escasa y diluida.

El profesor de retórica y griego, el maestro Sánchez el Brocense, o el maestro de música Salinas, eran considerados artistas, al igual que otros eran juristas o teólogos. Por otro lado, para alcanzar el bachilleramiento en Artes, había que oir tres años en su facultad, y era obligatorio para el acceso a las facultades severiores de Teología y Medicina. Los grados que podía alcanzar un estudiante, por orden de menor a mayor eran: bachiller, licenciado, doctor y maestro.

Para finalizar, presentaremos los textos que en el siglo XVI se estudiaban en la Universidad de Salamanca en algunas de sus facultades. Las cátedras de Matemáticas y Astrología comprendían las de Aritmética y Geometría, y en ellas se trabajaban los textos de Euclides, G. Cardano, Gemma Frisio, J. Pérez de Moya, Antich Roca, Pedro Sánchez Ciruelo, Juan de Ortega, Martínez Silíceo, Diego del Castillo de Villasante y P. Simón Abril. En la de Astronomía leían varias obras de Johannes de Sacro Bosco: Esfera, Teórica de planetas, Tablas astronómicas, Efemérides, Astrolabio, Calendarios y Almanaques; estudiaban a A. Zacut (el Tacuinus), Jerónimo Muñoz, G. Purbachio, N. Copérnico y F. Giuntini. Para la cátedra de Cosmografía y Geografía: Ptolomeo, Pomponio Mela, Pedro Apiano, Jerónimo de Chaves, A. Ortelio, Pedro de Medina, Diego de Zúñiga y H. Glareano. Y en la de Arquitectura y Perspectiva: Vitrubio, L. B. Alberti, A. Palladio, Arfe y Villarlfañe, S. Serlio y Diego de Sagredo.

La cátedra de música tenía en cuenta dos facetas: la especulativa y la práctica; en lo que respecta a la primera, estudiaban tratados de música y artes de canto llano como el texto de J. Bermudo, Declaración de los instrumentos musicales; A. Cabezón, Libro de música de teclas; E. Daza, Libro de música en cifras para vihuela, intitulado el Parnaso; Martínez de Bizcargui, Arte de canto llano; P. De Loyola Guevara, Arte de canto llano; B. Molina, Arte de canto llano; L. de Narváez, Del fín de música de cifras para tañer vihuela; D. Pisador, Libro de música de vihuela; F. Salinas, De musica libri septem; L. Venegas de Henestrosa, Libro de cifra nueva para tecla, harpa y vihuela.

Para estudiar la parte práctica de la música, acudían a Misas, Motetes, Magníficats, Pasionarios, Oficieros y libros de canto de órgano que llenaban los coros de iglesias y capillas: Juan Brudieu, Madrigales; F. Guerrero, Magnificats, Motetes, Sacrae contiones; Jusquin des Prez, Octo missae; L. de Morales, Misas; M. De Tapia, Vergel de música; Victoria, Motecta, Missarum libri duo.

En cuanto a las artes mecánicas y prácticas, ya se ha mencionado su lugar secundario, pero notorio y con gran fuerza del romance en su desarrollo y divulgación dentro del conjunto del saber. En el siglo XVI aún no tienen un lugar expreso dentro de las facultades, pero están presentes de una u otra forma en las librerías. Algunos ejemplos de libros y autores que tratan acerca de las técnicas son: Vegecio, Epitoma rei militaris; Álava y Viamont, D.: El perfecto capitán instruido en la disciplina militar; Alonso de Herrera, G.: Libro de agricultura (más Catón, Varrón, Paladio, P. Crescencio, C. Heresbachio); G. Agricola, De re metallica; Arfe y Vilafañe, J.: De varia conmesuración para la escultura y arquitectura y Quilatador de plata, oro y piedras; Guevara, A, de: Libro de los inventores del arte de marear; Medina, P. De: Arte de navegar; Mercado, T. de: Tratos y contratos de mercaderes; Villalón, C. de: Tratado de cambios y contrataciones de mercaderes.


REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

BÉCARES BOTAS, Vicente (2006): Guía documental del mundo del libro salmantino del siglo XVI, Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.

----- (2007): Librerías salmantinas del siglo XVI, Colección Beltenebros, vol. 15, Fundación Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.

FlÓrez Miguel, Cirilo (2006): “Ciencias, siglos XV-XVII”, en Luis E. Rodríguez-San Pedro Bezares (coord.), Historia de la Universidad de Salamanca. Saberes y confluencias (vol. III, 1 y 2), Salamanca, Ediciones Universidad de Salamanca, pp. 409-431.

GALILEI, Galileo (1976 (1638)): Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias, edición preparada por C. Solís y J. Sádaba, Editora Nacional, Madrid.

GRANADA MARTÍNEZ, Miguel Ángel (2004): “Valoración filosófica de la técnica” en Manuel Silva Suárez (ed.), Técnica e Ingeniería en España, vol. I: El Renacimiento, Zaragoza, Real Academia de Ingeniería, Institución «Fernando el Católico», Prensas Universitarias, pp. 63-90.

KOYRÉ, A.: «Les philosophes et la machine», en Idem, Études d´histoire de la pensée philosophique, Gallimard, París, 1971.

Lindberg, David C. (2002): Los inicios de la ciencia occidental. La tradición científica europea en el contexto filosófico, religioso e institucional (desde el 600 a.C. hasta 1450), Barcelona, Paidós.

LÓPEZ-OCÓN CABRERA, Leoncio (2003): Breve historia de la ciencia española, Madrid, Alianza Editorial, S.A.

LÓPEZ PIÑERO, José María (1979): Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII, Barcelona, Editorial Labor.

----- (1999): “El Renacimiento en las ciencias”, en Víctor García de la Concha (coord.), La cultura del Renacimiento (1480-1580), Madrid, Espasa Calpe, pp. 307-357.

MAQUIAVELO, Nicolás (1980 (1513)): El Príncipe, Traducción A. Cardona, Barcelona.

RICO, Francisco (1993): El sueño del humanismo. De Petrarca a Erasmo, Madrid, Alianza Universidad.

VIVES, L (1948 (1531)): Las disciplinas, parte I, libro V: Obras completas, traducción de L. Riber, vol. 2, Aguilar,Madrid.


1 Entendida la filosofía como sinónimo de sabiduría, conocimiento.

2 Vesalio (1543); Praefatio, cit. en Rossi (1966: 20 y ss).

3 Cabe destacar la diferenciación entre la astrología judiciaria y la astrología real o rústica, como en el ejemplo siguiente: «Dígolo esto por algunos bachilleres, que no saben aún la distinción de la Astrología real y judiciaria, y ya pretenden tratar de todos los acaecimientos del mundo y su fin, como si fuessen baxados del cielo hechos unos embaxadores del eterno Dios, como no haya cosa más ridiculosa que sus reglas y conclusiones, y más vana que sus presagios. Ni quiero dezir que los ingeniosos y estudiosos pierdan la confiança del todo, ni que estriban fuera de los fines legítimos, sino que procedan con cautela, con las alas del entendimiento estendidas ygualmente con la balança entre lo divino y humano”, en Micón, Josepe (1578): Diario y juyzio del grande cometa, Barcelona.

4 Vives(1948 (1531): p. 634).

5 Es una corriente de pensamiento que impregna incluso la espiritualidad; así, en España, Teresa de Jesús entroniza ostentosamente el principio del valor supremo de la experiencia personal sobre la doctrina al afirmar en el prólogo del Camino de Perfección: «no diré cosa que en mí u en otras no la tenga por experiencia»; en Menéndez Pidal (1999: XXIII).

6 Uno de los textos de astronomía que integran nuestro corpus es precisamente de este autor: Nebrija, Antonio de, Tabla de la diversidad de los días y horas, Alcalá de Henares (1517).