Diccionario de la Ciencia y de la Técnica del Renacimiento

La Náutica y la Construcción Naval en el Renacimiento Español: introducción


José Ramón Carriazo Ruiz
(Cilengua/Universidad de La Rioja)

1. Breve descripción del panorama histórico náutico y naval en el Renacimiento

En los últimos decenios, desde finales de la década de los años setenta del siglo pasado al menos, se han reactivado los estudios históricos de la literatura náutica del Siglo de Oro. Gracias a la mediación del Museo Naval de Madrid, han llegado a las prensas obras que habían permanecido hasta ahora inéditas, como el Espejo de Navegantes de A. de Chaves (Castañeda, P.; M. Cuesta, P. Hernández, 1977; Castañeda, P.; M. Cuesta, P. Hernández, 1983) y el Ytinerario de navegación de J. Escalante de Mendoza (Escalante de Mendoza, 1985). Otros textos, fundamentales para el conocimiento de la evolución de las técnicas de construcción naval y navegación en el Quinientos, se han reeditado también recientemente: Cortés Albácar, 1990; Fernández de Enciso, 1987; García de Palacio, 1993; o Vellerino de Villalobos1985.

El renovado interés por la historia del Arte de Navegar clásico, al que responden esas ediciones y los estudios aparecidos en las últimas décadas, se relaciona con la amplia tradición de eruditos e historiadores que, desde el siglo XVIII, se han dedicado a investigar los documentos legados por los descubridores y navegantes del XVI a la posteridad. M. Fernández de Navarrete (1846 ed. facsímil: 1992; 1851), T. O’Scalan, C. Fernández Duro (1876-81; 1972, ed. facsímil de la de 1886; 1905), J. F. Guillén Tato (1935; 1936; 1943; 1958; 1961; 1963.), A. Jal (1842, ed. facsímil: 1964)... son sólo algunos de los investigadores que se han encargado, en los últimos doscientos cincuenta años de mantener viva la memoria literaria de los autores que forjaron el Arte de Navegar Clásico. A esta nómina se deberían añadir los abundantes historiadores que se han sumado a esta labor en las últimas décadas. Hasta llegar al interés de los historiadores de la escuela de los Annales francesa: Pierre Chaunu (1949; 1955-1960; 1960-1966), F. Braudel (1953; 1.ª ed. en francés 1949, 2.ª ed. en francés 1966) o los británicos David Goodman (1990), R. A. Stradling (1992) o C. Rahn Philips (1991, 1.ª ed. en inglés 1986)...

El avance en el conocimiento histórico de las técnicas y medios de los navegantes del Renacimiento y Barroco no se limita a la aparición de ediciones, poco útiles para el filólogo aunque notabilísimas en cuanto a la divulgación y erudición historiográfica, sino que va estrechamente unido al acopio de datos arqueólogicos y literarios sobre el desarrollo de la Náutica, la nueva imagen del mundo y al revolución de la información:

«A comienzos del siglo XV, el conocimiento de mundo no europeo era aún muy limitado. Los primeros viajeros por tierra, como Carpini, Marco Polo y Odorico, trajeron información sobre Mongolia y China; por mar, y siguiendo otra dirección, los noruegos navegaron más allá de Islandia, hasta Groenlandia, y, con toda posibilidad, alcanzaron el continente americano (Labrador) y llegaron incluso a levantar allí asentamientos [...]. Mucho más al sur, otros viajeros redescubrieron hacia 1336 las islas Canarias (conocidas por los romanos) y, más tarde, Madeira, las Azores y Cabo Verde. El resto del mundo era materia de conjeturas, fábulas y de las hipótesis de la Geografía de Tolomeo. Sin embargo, el conjunto espectacular de descubrimientos que seguiría a estos sondeos cambiarían completamente el cuadro, rellenarían los enormes espacios vacíos del mapa y determinarían la forma auténtica del mundo. No hay duda de la existencia de motivaciones económicas para estos descubrimientos: la apertura de rutas comerciales, que evitaba los riesgos de marcadear por tierra. También deben mucho a algo que no podemos menos de calificar de nueva filosofía de la naturaleza: una actitud terrenal y experimental, ligada a un deseo inextinguible de hacer descubrimientos a toda costa. Y toda aquella gran aventura fue posible gracias a los avances en el arte naviera y marinera –la introducción del buque de tres palos, el desarrollo del timón móvil, la sustitución del remo de timonear y el invento de la brújula de navegación.

La navegación, a diferencia de las artes del pilotaje y la marinería, es una tecnología matemática. A mediados del siglo XV, el príncipe portugués conocido como Enrique el navegante fundó una escuela de navegación –probablemente la primera universidad técnica del mundo– y animó a sus marinos a ir cada vez más lejos descendiendo por la costa de África y adentrándose en el desconocido Atlántico. En 1455 se descubrió la constelación de la Cruz del Sur y en 1481 los navegantes cruzaron el ecuador para ver, por vez primera, cómo las estrellas giraban en torno a un polo en los cielos meridionales. En 1492, el marinero genovés Colón llegó a las Américas, dos años después, Bartolomé Díaz alcanzó el cabo de Buena Esperanza. En 1479 Vasco de Gama rodeó el cabo y continuó hasta llegar a la India, acabando así de pasada con el supuesto continente meridional de Tolomeo, al atravesarlo en su navegación. Finalmente, en 1517, la expedición de Magallanes emprendió el viaje que concluiría tres años después, cuando uno de los navíos regresó a Sanlúcar de Barrameda tras haber dado la vuelta al mundo. En menos de un siglo, los europeos habían salido como en una explosión de los límites de su pequeño continente tal como eran conocidos desde tiempo inmemorial, habían descubierto nuevos continentes y océanos [...] y habían rodeado el mundo. [...] Las leyes de la naturaleza eran uniformes en todas partes; al sur del ecuador, en las antípodas, las piedras no caían hacia el fondo del cielo antipódico, sino al suelo. [...] La gran esfera de los cielos, con las estrellas y constelaciones de la mitad sur, antes desconocidas, rodeaba por entero el pequeño globo de la Tierra.

Apenas es posible sobrestimar el coraje físico y espiritual –éste sin precedentes– de los navegantes portugueses, españoles e italianos. Aparte de los evidentes riesgos del mar, existían peligros imaginarios y miedos concomitantes agravados por su opacidad y desconocimiento.» (Donald Cardwell, 1996: pp. 72-73)

Estudios recientes acerca de la actividad de los puertos, arsenales, astilleros, armadas y flotas en los siete mares arrojan mucha luz sobre aspectos antes conocidos, aunque no tan profusamente ilustrados. A resueltas de toda esta actividad historiográfica reciente, la Arquitectura Naval y la Náutica pueden contarse entre las facetas mejor conocidas del pasado hispano, tanto en su vertiente científica y técnica, como humana.

La ingente cantidad de documentos y textos generados por la actividad científica de la Casa de Contratación de Sevilla, el Consejo de Indias, la Academia de Matemáticas de Madrid, los capitanes, almirantes y constructores navales al servicio de la Monarquía, así como las interpretaciones de historiadores de la náutica hispana desde, al menos, el siglo XVIII, hace suponer que la navegación tuvo un peso considerable en la formación de la realidad del Siglo de Oro, con implicaciones tanto en la infraestructura como en la superestructura de la cultura hispánica. Más allá de los cambios sociales, económicos o políticos vinculados a la génesis, consolidación y ruina de la Monarquía Católica, otros aspectos de la cultura del momento no pudieron dejar de reflejar esa revolución técnica, encarnada y simbolizada en la historia del galeón, la más perfecta máquina de guerra del Quinientos, inventado y llevado a su máxima perfección por don Álvaro de Bazán. Entre todos ellos destacan, como elementos culturales especialmente sensibles, la lengua y la literatura en su vertiente más técnica.

La historia de una lengua es, entre otras cosas, historia de sus variedades: dialectos, sociolectos, tecnolectos, etc. La literatura española, entendida como conjunto de textos escritos en español, no puede prescindir de las obras técnicas en las que se muestra de manera particular el genio de la lengua. El conocimiento de una lengua histórica, o de un momento del pasado de nuestra lengua, se debe basar en los textos, en el conocimiento de la literatura en su conjunto. Por ello, la base de nuestro trabajo ha sido el análisis textual del legado de marineros, científicos y constructores navales del Siglo de Oro.


2. Breve descripción de los principales tratados náuticos y navales de la época utilizados para este glosario y estudio

La difusión de los textos a través de ediciones modernas, muy útil a los eruditos y de importancia mayor, si cabe, para su divulgación entre el gran público, resulta anecdótica para el lingüista. Las transcripciones publicadas por el Museo Naval entre 1983 y 1995 comparten características que entorpecen enormemente el estudio del lexicólogo: la ortografía se ha alterado y, en algunos casos, la inconsciente despreocupación ortográfica, con sus modificaciones, impide pronunciarse respecto a la propiedad de las voces. Como ocurre con la edición moderna del manuscrito de Escalante, basada en una copia del XVIII realizada por Fernández de Navarrete, la trascripción no resulta fiable, pues el texto, además, ha sufrido un nuevo proceso de modernización. El resultado es tan evidente como bien sabido, la edición resulta inservible para el análisis filológico.

La recuperación del manuscrito original del diálogo del lebaniego por parte del Ministerio de Educación y Cultura en 1991 ha permitido su reproducción en el CD-Rom, realizado bajo la dirección de González Aller-Hierro (González-Aller Hierro, 1998), junto a otras obras de gran importancia. Esta circunstancia pone al alcance de los lingüistas uno de los textos más valiosos para el conocimiento del registro náutico y naval del español clásico. La existencia de ejemplares de las primeras ediciones de otros manuales, como el de Fernández de Enciso, Pedro de Medina, M. Cortés de Albacar, J. Bautista Labaña o el anónimo Diálogo de 1630 (estos últimos manuscritos), en la Biblioteca Universitaria de Salamanca, por otra parte, nos permitió realizar transcripciones fiables de los textos, aptas para el análisis lingüístico. Los ejemplares custodiados en la Biblioteca Nacional de Madrid del Tratado de Falero, el Regimiento de Zamorano, la Instrución de D. García de Palacio y el Arte de Cano nos han servido también para la consecución de nuestro objetivo: constituir un corpus fiable. Todos estos textos aparecieron recogidos en un CD-rom, publicado por la Universidad de Salamanca, y elaborado en el Centro de Investigaciones Lingüísticas de la universidad (CILUS), bajo la dirección de María Jesús Mancho Duque y coordinado por Mariano Quirós García (Mancho (dir.) y Quirós (coord.), 2005), transcritos por un amplio equipo, dentro del cual yo me encargue de transcribir, coordinar y revisar los textos de Arquitectura Naval y Arte de Navegar. Además, estas ediciones pueden consultarse en el Corpus Diacrónico de la Real Academia Española, CORDE, en la página <www.rae.es>.

Salvadas las inconveniencias de las ediciones modernas para el estudio filológico, las objeciones a las que se enfrenta nuestro estudio pueden ser de índole terminológica. Para elaborar un análisis coherente de un registro técnico desde el punto de vista cronológico es necesario exigir al corpus una representatividad suficiente del ámbito profesional técnico previamente definido. Comó apuntó, magistralmente, J. Gutiérrez Cuadrado en una ponencia del Congreso Internacional de Lingüística celebrado en Lugo en septiembre de 2000, sería suficiente un manual de una materia para estudiar una terminología, si en esa disciplina no existen diferentes escuelas y la actividad está suficientemente socializada como para disponer de un registro particular. En nuestra opinión, la Náutica y la Arquitectura Naval del Renacimiento español cumplían ambos requisitos, además de disponer de más de un manual.

La coherencia del vocabulario náutico y naval emana, en definitiva, del corpus textual elegido de acuerdo con los criterios aportados por la historiografía de la ciencia y la técnica. En cierto sentido, la constitución de un vocabulario específico se relaciona con la génesis de la profesión que desempeñan sus representantes, vinculada a su vez a su desarrollo epistemológico y social, de la misma manera que al literario. La redacción y publicación de textos didácticos, artes o manuales, regimientos o compendios, sumas o instrucciones, se sirve del tecnolecto y, a la vez, condiciona su historia. El papel de la formación profesional en la estandarización y difusión de los términos técnicos es de suma importancia, a diferencia de lo que ocurre con las voces del léxico común (Terminologie diachronique, 1989).

La definitiva selección de los tratados estudiados responde a los resultados de esta indagación histórica y literaria. Los textos elegidos cubren el periodo comprendido entre 1519 y 1630, desde la publicación, por vez primera, de la Suma de Geografía de Fernández de Enciso, hasta la composición del Diálogo entre un bizcaýno y un montañés sobre la fábrica de navíos, de autor anónimo montañés, vizcaíno o guipuzcóano. Los representantes de la escuela andaluza son los más numerosos, por ser ésta la más pujante entre las tradiciones náuticas clásicas; sin embargo, para dar cabida a otras regiones, debe reseñarse la presencia de escritores norteños, un canario o un portugués, además de un texto redactado en el Nuevo Mundo.

El primer hecho que constatamos en su día fue la tardía aparición del asunto naval, entendido como el relativo a la construcción, aparejamiento y dotación de los buques. El segundo fue la extraordinaria importancia de los escasos textos dedicados al mismo, debida a su carácter divulgativo y, por tanto, a su cercanía al habla marinera. En efecto, tanto en el nivel léxico, como en cuanto al estilo, la lengua de los diálogos referidos a la construcción de barcos se caracteriza por su cercanía al habla real de artífices y marineros, de lo que se deduce su gran valor.

El registro náutico y naval, tal como se ve reflejado en los manuales y textos divulgativos del Siglo de Oro, se configura como uno de los elementos claves en la arquitectura de la lengua española clásica. Difícilmente puede entenderse la cultura hispánica quinientista sin hacer referencia al descubrimiento de América y los logros de la navegación. Del mismo modo, resulta imposible explicar la evolución de la lengua española sin remitirse al uso que de ella hacían navegantes y constructores navales, que posibilitaron el transporte de viajeros y, merced a él, el trasvase de la misma a Ultramar.

Como cabía esperar, el desarrollo de la lengua marinera sigue en paralelo la historia del español. El marco cronológico diseñado para encuadrar la literatura especializada de tema náutico coincide, en los jalones fundamentales, con la periodización clásica pidaliana, generalmente aceptada por la moderna historiografía lingüística. Esta identidad trasluce una historia común, compartida por el estándar y las variedades diastráticas y diafásicas, que refleja, con precisión, la evolución del español en el Renacimiento y Barroco.

Desde el punto de vista lingüístico, el registro marinero, tanto en su vertiente náutica como en la naval, se configura como objeto de estudio en cuanto tecnolecto o variedad diafásica. Como tal, comparte la mayoría de los modos de decir con el estándar; es decir, no se diferencia de él en el plano fónético o morfosintáctico. A pesar de lo que quisiera J. F. Guillén, el uso de leste en lugar de este o la distinción entre la canal y el canal en la lengua de los marinos no supone una separación efectiva entre estándar y lengua malina o marina, sino sólo particularidades expresivas anecdóticas de un determinado uso lingüistico vinculado a la profesión de piloto. En cuanto a su estructura interna, el tecnolecto mantiene estrechas relaciones con el estándar, que Baldinger intentó reflejar al enunciar la teoría de los círculos concéntricos, especialmente idónea para el análisis del nivel léxico. Según ésta, habría un núcleo “duro” de tecnicismos exclusivos del habla de profesionales, mientras que otras áreas léxicas, alejadas de este núcleo central, compartirían muchos de sus ítems con el estándar. En nuestro estudio hemos tratado de distinguir ambas esferas, para lo cual hemos recurrido al análisis lexicográfico, piedra de toque para el examen lexicológico de un determinado vocabulario.

Sin duda, es en el nivel léxico donde se concentra la mayor especificidad correspondiente al tecnolecto náutico y naval. El estudio de su génesis y desarrollo en cuanto tal, en el Siglo de Oro, ha de pasar por el análisis diacrónico y documental del vocabulario, tanto en su faceta formal como semántica. La selección y posterior clasificación de las voces que conforman nuestro corpus léxico constituye el núcleo de nuestro estudio lingüístico e histórico. Los criterios que han servido para completar ambos procesos corresponden a la lexicología, tal como ésta se ha desarrollado en los últimos cincuenta años.

Para la delimitación de los tecnicismos nos hemos ayudado de la obra de B. E. Vidos, pionero en el marco de la Lingüística Románica de los estudios sobre el vocabulario técnico náutico y naval. Su metodología, fundamentalmente onomasiológica, se basa en el concepto de realidad designada. Además de este criterio, hemos recurrido en nuestro análisis al concepto de uso especializado o específico, marcado frente al estándar, cuyo conocimiento emana del estudio textual de los escritos especializados, clave del trabajo. Por ello, en definitiva, cada tecnicismo estudiado comparte con el resto, bien un específico valor designativo vinculado al mundo del mar y la navegación, bien un uso particular por parte de los profesionales, reflejado en sus escritos, o ambos, en la mayoría de los casos.

Llegados a este punto, queremos insistir en que es el establecimiento del corpus léxico, en tanto colección documental, la pretensión última de nuestro trabajo. Sin la documentación de las formas, los valores semánticos o los usos particulares de las voces en los textos analizados, nuestro análisis no habría alcanzado el objetivo propuesto. El estudio que presentamos halla su verdadero valor, dentro del ámbito lexicológico, en la historia del léxico, sin pretensiones de penetrar en la esfera de lo lexicográfico.

Establecemos, eso sí, una clara distinción entre formas simples y derivadas, voces patrimoniales, cultismos, préstamos y neologismos semánticos. Asimismo, nos ocupamos de distinguir las voces según la realidad designada en grupos onomasiológicos coherentes. Sin embargo, es, sobre todo, la clasificación cronológica y el establecimiento de fechas lo más precisas posibles de primera documentación de los vocablos, uno de los propósitos más firmes de nuestro empeño. Así pues, sólo mediante la combinación de la clasificación onomasiológica, lingüística y cronológica de las voces se puede, en nuestra modesta opinión, contribuir de forma coherente al conocimiento histórico de la génesis y desarrollo del moderno registro marinero, tanto en su vertiente náutica como en la naval.


3. Breve descripción del léxico náutico y naval en el DICTER

Una lengua histórica es un conjunto de sistemas lingüísticos interdependientes y se realiza sólo a través de sus variedades, “de los sistemas autosuficientes que abarque1 ” , en palabras de Coseriu. La importancia social y económica de la tarea desempeñada por los pilotos y constructores navales al servicio de la Corona no podía sino tener un reflejo lingüístico y literario en el reconocimiento contemporáneo de la existencia de un tecnolecto marinero. El español, en su riqueza recién revelada a los hombres del Quinientos, que por vez primera se paraban a reflexionar sobre su lengua como manifestación particular, se muestra lleno de matices, variedades, estilos, registros y, en definitiva, sistemas autosuficientes, válidos y útiles para sus fines específicos.

Testimonios de tal observación sobre los lenguajes específicos son las afirmaciones del Obispo de Mondoñedo respecto al bárbaro lenguaje de las galeras o las apreciaciones del madrileño E. de Salazar a propósito de su complejidad e inentiligibilidad: el bambaló de los bramenes, decía él. Este reconocimiento explícito del fuero lingüístico de los mareantes se continua en el Barroco y alcanza nuestros días, con continuos reflejos acá y allá en nuestra historia moderna y contemporánea, que pasan por la erudición histórica, la literatura, la exaltación de pasadas glorias y la añoranza por tiempos pretéritos, unidas por lo general al espíritu romántico de lo marinero y pirático, presente en la cultura hispánica al menos desde el tan repetido con cien cañones por banda...

Pero más allá de las implicaciones culturales o literarias del desarrollo técnico y social de la navegación, nuestro interés se centra en sus consecuencias lingüísticas, cuya clara plasmación son los textos. El estudio de la lengua empleada por los tratadistas del Arte de Navegar en sus obras didácticas requiere una metodología moderna, basada en la terminología y el empleo de concordancias electrónicas, y los principios de la investigación documental. La información textual ha de ser la base sobre la que se desarrolle cualquier estudio de estas características, y los escritos constituyen, en definitiva, los cimientos sobre los que se asientan estas conclusiones.

Los textos son hechos duros como piedras, como decía Luis Michelena, y de ellos emana nuestro estudio. Las facilidades ofrecidas por los medios informáticos –procesadores de textos, concordancias electrónicas, bases de datos...–, recalcadas en los estudios de terminología más modernos, resultan de enorme utilidad para la lexicología histórica, pues permiten la ejecución de trabajos de justamente pretendida exhaustividad. Una vez seleccionadas, transcritas, diseccionadas y analizadas informáticamente, las obras clásicas de Náutica y Arquitectura Naval nos descubren un registro lingüístico coherente que, en buena parte, refleja las influencias y procesos que afectan al español áureo.

El expurgo textual exhaustivo incluye los principales manuales de Náutica del Quinientos y los fragmentos inaugurales de la literatura Naval. El análisis lingüístico de los primeros y la clasificación, onomasiológica y etimológica, de las voces propias del registro específico de ambas materias nos muestran la doble estructura del tecnolecto marinero. Como en otras materias técnicas, el registro náutico y naval presenta dos vertientes, una más científica –Náutica– y otra práctica –Arquitectura Naval–, cuya separación efectiva era muy limitada en el Renacimiento.

El análisis lingüístico ha puesto de manifiesto la estrecha relación de estas materias con disciplinas tales como la Cosmografía, Geografía, Astronomía, Matemáticas y Meteorología, todavía en un estadio precientífico. Junto a voces tomadas de estas materias, el léxico marinero se nutre de términos pertenecientes a oficios artesanales, como la construcción, cordelería, tonelería, hilado, etc., que, a su vez, también están en el origen de los saberes prácticos relacionados con la construcción de barcos. Por otro lado, se configura un núcleo más específicamente marinero, compuesto por los términos pertenecientes a la nomenclatura naval y a la maniobra:

CONSTRUCCIÓN: abrazar, agro, alfajía, altitud, altor, anchor, anchura, anchuroso, anillo, arandela, arco, argolla, argollón, astilla muerta, astillero, barrena, borne, brazo, brazola, brear, brusca, cabilla, cabria, cadena, calafatear, canto, carena, carpintería, chapa, chaveta, cincho, clavar, clavazón, clavetear, clavo, codo, comento, compartimento, compasar, concavidad, costura, cuadrado, dar lado, desentablar, despalmar, embancar, embono, empernar, enarbolar, enarcar, endentar, engoznar, engrosar, enmastelar, enmechar, entablar, escoplo, escora, eslora, esquipazón, estanco, estopa, estoperoles, estufa, fábrica, fabricador, fabricar, fajar, fiel, fijo, fondón, forrar, fortificación, fortificar, gálibo, goma, hacha, hembra, henchimiento, herramienta, hierro, horcaz, jarciar, jeme, joba, juntura, labrar, lima, limera, lumbrera, macho, maestro, magajo, malla, mallo, mandarria, máquina, martillo, mazo, modelo, naval, nivel, obra, oreja, palo, patilla, pernada, pernería, pernete, perno, perno de chaveta, pie, pie derecho, piedra, pierna, plana, plancha, pluma, porra, porte, precintar, puerca, pulgada, punta, quintal, reclavar, remate, saín, salma, sebo, sierra, tabla, tablado, tablazón, tablear, tablón, tacada, tachuela, tajo, taladro, tonelada, tornear, tornero, trabador, travesaño, traza, trazar, trazo, vara, velejar, viga, vuelta...

NAVEGACIÓN Y MANIOBRA: a barba de gato, a dios misericordia, a la corda, a la larga, a orza, a pique, abatir, abitar, abriolar, abrir, acomendar, acometer, acostar, acuartelar, adormar, aferrar, agolar, aguzar, al cuartel, al pairo, alargar, alteroso, amainar, amarrar, amojelar, amurar, áncora, arriar, arrizar, arronzar, asegurar, atoar, atracar, avante, azorrarse, babiaje, balance, balancear, barloar, barloventear, barlovento, blandear, bolinear, cabecear, carrera, carrero, cazar, ciaboga, conserva, correr tormenta, costear, dar caza, de romanía, decaer, demora, demorar, derrota, derrotarse, desamarrar, desaparejar, desarbolar, desembarazar, desembarcar, desempuñir, desencapillar, desgalibar, desguarnecer, disferir, doblar, embadazar, embarcación, embarcar, embestir, empalomadura, empalomar, en mar las velas, en seco, en través, encadenar, encallar, encapillar, encepar, enmararse, entalingar, escala, escorar, escuadría, escurrir, estancia, estar en candela, estar surto, estela, estiba, estibar, estribor, estrobo, fantasía, flamear, fletar, flete, flote, fondear, formejar, garrar, gata de arronzar, giloventear, gobernar, gobierno, guarnecer, guarnir, guerra, guindar, guiñada, guiñar, halar, hazerse a la mar, hazerse a la vela , izar, jareta falsa, jornada, jorro, jubertar, jugar, laborar, labrar, lanzar, largar, lastrar, lastre, levar, levarse, loo, luyr, maimonete, marcar, mareaje, marear, marinar, marinero, marítimo, mastelear, mecánico, montar, náutico, navegación, navegar, nordestear, noruestear, orinquear, orzar, pairar, pajaril, papo, penejar, perlongar, pinzote, porparar, rabiseco, remar, remolcar, reparar, resacar, resguardo, resonar, rumbo, salvamento, singladura, singlar, sobreaguar, socaire, socollada, sondar, sotaventear, sotavento, surcar, surcidera, surdir, surgir, sustén, tesar, tiramollar, tocar, tomar de luba, tomar por abante el navío, tomar tal parte, torcer, traste, través, travesía, trincar, tripular, vaivén, varar, viaje, viento en popa, viento largo, virar, vuelta, zabordar, zalomar, zarpar, zozobrar...

CORDELERÍA Y JARCIA: acollador, acollar, aferravelas, ahuete, ajanque, amante, amantillar, amantillo, amarra, andarivel, anete, aparejo, arganeo, arritranca, arza, ayanque, badaza, baderna, bastardo, beta, bitura, blanco, bordín, boza, braguero, brandal, briol, brosel, burdinalla, burel, cable, cajeta, calabrote, candeleta, cargadera, cazonete, centra, chafaldete, chicote, collador, contra, contraamantillo, contrabraza, contraescota, contraestay, cordear, cordel, cordón, corona, cuerda, driza, enflechadura, envergadura, envergue, escapuchín, escota, escotera, escotín, eslinga, estay, estrellera, estrenque, fajadura, ferso, filástica, flechaste, gancho, guardabolinas, guardín, guía, guindaleta, guindaleza, jarcia, liebre, maroma, mena, meollar, nigola, obencadura, obenque, orinque, ostaga, palanquín, papoya, parchamento, pasteca, piniceos, popés, posaverga, racamento, rebenque, relej, rida, ságula, saula, sirga, talla, tortor, trinela, troza, uñón, varón, vayuste, vigotel, viñatera, virador, virote, vitola, zarro...

TEJIDO Y VELAMEN: artimón, barredera, boneta, borriquete, caída, cebadera, corredor, gata, gavia, grátil, juanete, latino, lona, midrinaque, ojal, ollao, ostagadura, pacaje, paño, papahigo, piña, pujame, puño, relinga, testa, treo, vaina, vela, vela encapillada, vela mayor, velacho...

CARPINTERÍA (CASCO Y ARBOLADURA): afogonadura, afrizada, albitana, alcaxa, alcázar, alefriz, aleta, almogama, amurada, anca, andana, apostura, árbol, arboladura, armadera, arrufadura, arrumbada, astilla, babor, balume, banda, bandola, bao, baranda, barraganete, batiporte, bauprés, beque, biquitortes, bita, bitácora, bodega, botaló, branque, buco, bulárcama, buque, buzarda, calcés, calçés, camarote, cancel, canelete, caperol, car, carlinga, casco, castillete, castillo, chapuz, chillera, chimenea, cinglón, cinta, cintura, codaste, codillo, cojín, cola, columna, combés, contracodaste, contradurmiente, contramesana, contrapalmejar, contraquilla, contraroda, cosedera, costado, costareo, coz, crujía, cuaderna, cuadra, cuartel, cuartón, cubierta, cuchillo, curva, curvatón, curvatones de revés, dala, delgado, descalimar, despensa, despensilla, draga, dragante, durmiente, embornal, entremiche, escaldrante, escarba, escobén, escopetaduras, escotilla, escotillón, espolón, estante, estanterol, estemenara, falca, forcaz, fresada, garrón, genol, gorja, granel, groera, guindaste, jimelga, lado, lanzadura, lanzamiento, lanzante, lata, leme, lierna, ligazón, llave, macarrón/maçarrón, madero, madre, maestra, manga, manigueta, masteleo, mástil, mesana, obras muertas, pala, palmejar, paneladura, pañol, pena, penol, pertús, pie de cabra, pique, plan, plaza de armas, popa, porta, portalón, portañola, postareo, proa, puente, puntal, quilla, rancho, rasel, redel, roda, rosca, saetera, santabárbara, sobrequilla, soler/solera, suelo, tajamar, tamborete, tillado, tohino, tolda, toldilla, tope, trancanil, trinquete, urnición, varenga, vaso, verga, vientre, volumen, yugo, zapato...

De este modo, el tecnolecto, en su conjunto, puede describirse como una zona del léxico abierta, con una estructura interna nuclear, que se caracteriza por hallarse fronteriza a otros vocabularios especializados de amplia tradición medieval.

El estudio del cultismo, científico y retórico, permite entrever esas relaciones entre registros y, al tiempo, medir el peso de la tradición medieval en los manuales de Náutica seleccionados. Sin embargo, la clave de nuestra descripción del léxico náutico y naval se encuentra en el análisis terminológico y lexicológico del vocabulario más técnico y específico, las designaciones de los cargos desempeñados por los miembros de la tripulación y las de los distintos tipos de embarcaciones:

abanderado, alférez, alguacil del agua, almiranta, almirantazgo, almirante, armada, armero, bajel, barbero, barca, barcada, barco, batel, batelada, bergantín, bisoño, botequín, boyante, buzo, calafate, camarada, capitán, capitana, cáraba, carabela, carabelón, carpintero, carraca, carracón, chalupa, chusma, cómitre, condestable, contramaestre, copanete, corsario, de alto bordo, despensero, escribano, escuadra, esquife, esquilazo, flota, fragata, fusta, gabarra, galeaza, galeón, galeota, galera, grumete, guardián, guarnición, lancha, maestre de la nao, mareante, marinero, mercante, mozo, nao, nave, navegante, navichuelo, navío, navío de dos rodas , navío de media garra, navío de puente, navío en andana, oficial, paje, patache, patrón, piloto, pinaza, planudo, plaza, proveedor, raso, redondo, sargento, sobreestante, tafurea, teniente, timonero, tonelero, urca, velero, zabra, zorrera...

La clasificación histórica y etimológica de las voces permite percibir el distinto grado de especificidad de cada una de las áreas designativas establecidas y, al tiempo, describir la relación del tecnolecto con la lengua común a partir del uso y datación de cada voz según los diccionarios consultados.

La definición del tecnolecto a partir del análisis del nivel léxico, donde se encuentran sus principales rasgos diferenciales, exige una delimitación del concepto de tecnicismo. La terminología moderna nos ofrece un doble criterio aplicable a la lengua histórica: el vocablo específico se define como el léxico nomenclator propio de una disciplina o materia, así como su empleo técnico. A partir de esta concepción, los vocablos empleados en un corpus textual técnico con un valor designativo claro son tecnicismos, independientemente de su grado de especificidad. El empleo en un texto técnico es indicio de especialización; la exclusividad (inconsueto sermo) no es un criterio necesario, pues buena parte del vocabulario técnico pertenece a varias disciplinas u oficios (consueto sermo), sin dejar, por ello, de tener un valor designativo específico y un uso textual característico no exclusivo.

El análisis y clasificación de este corpus léxico nos aporta las primeras conclusiones generales sobre el vocabulario de la navegación y sus relaciones con el léxico común. A priori, las afirmaciones que se puedan hacer sobre la terminología náutica y naval son aplicables a cualquier otro tecnolecto que comparta con ésta tanto la estructura interna como la caracterización histórica, lo cual dota de unidad al proyecto de DICTER. Desde una perspectiva diacrónica, los traspasos de términos de una terminología a otra y de éstas al léxico común son sólo un tipo de las relaciones que se pueden observar. Sus implicaciones semánticas –especificaciones y generalizaciones, connotaciones de términos– se muestran en el análisis del empleo literario del tecnicismo y en el estudio de los casos de voces del léxico común que ven incrementado su valor significativo o designativo gracias a su empleo en textos especializados de navegación, por ejemplo las partes del cuerpo: cabeza, pie, brazo, boca....

La cara semántica del término resulta especialmente sencilla, comparada con la significación de las voces del léxico común. Los vocablos específicos se caracterizan por la designación y denominación, lo que las sitúa, en propiedad, fuera del campo de estudio de la semántica estructural. En los términos científicos no se producen oposiciones semánticas, pues pertenecen al léxico nomenclator, lo que limita su estudio lingüístico, abriendo sin embargo un amplio campo de estudio para la antropología lingüística, cognitiva y simbólica. Cualquier clasificación de los tecnicismos ha de contemplar la realidad, característica que queda relegada en las directrices estructuralistas aplicadas al significado. Desde nuestro punto de vista, como desde el de Coseriu (1981) o B. E. Vidos (1932, 1939, 1953-1955, 1957, 1960, 1965a, 1965b, 1965c, 1972), los modernos terminólogos y muchos otros, sin embargo, la lingüística debe ocuparse de las nomenclaturas científicas, clasificar los términos y desentrañar su génesis e historia por su importancia para la formación de los registros específicos y las propias lenguas modernas.

El estudio de las voces especializadas, además de liberar a la historia de la lengua del excesivo peso de los textos literarios, debido a su necesidad de recurrir a los escritos técnicos, resulta un magnífico trampolín para la profundización en cuestiones de especial relevancia de cara al conocimiento del pasado lingüístico de la Península Ibérica y de sus relaciones con Europa. Los términos se relacionan estrechamente con el préstamo y, por tanto, con la renovación léxica: la neología. Si concebimos la historia de la lengua como la explicación, en sus más diversas facetas y niveles, del cambio lingüístico, resultaría incoherente prescindir del estudio de las terminologías históricas, pues es en su esfera donde se producen buena parte de las innovaciones.

El análisis individual de cada uno de los neologismos de nuestro corpus léxico, presidido por la máxima de que cada palabra tiene su propia historia, muestra las influencias que sufre el español áureo. El préstamo, síntoma de la cambiante ola de neologismos, se manifiesta como la clave del proceso general de renovación, junto a la léxicogénesis endógena, morfológica y semántica. El equilibrio entre innovación designativa, derivación, composición y préstamo, ilustra la imparable corriente de renovación de la lengua clásica. La lengua de la navegación es espcialmente permeable al préstamo, como se ve en el extracto siguiente:

CATALANISMOS: aferrar, amainar, andarivel, arronzar, avante, avería, bajel, balance, balume, bandola, bastimento, batiporte, beque, bergantín, boneta, brandal, brazola, buco, buque, caja, calcés, caperol, car, chafaldete, cojín, cómitre, condestable, contramaestre, contrapalmejar, cordel, cuartel, curvatón, despalmar, embornal, empalomar, empernar, encallar, encapillar, entena, entremiche, escandallo, escobén, escopero, esquife, estar, estemenara, estoperol, estoperol, farol, ferro, flamear, flechaste, frazada, fusta, galeaza, gavia, gaviete, genol, gobernalle, granel, grátil, grátil, maestre, manigueta, nao, nauchero, nivel, nolito, palmejar, pañol, penol, perno, porta, portalón, portañola, proejar, proel, pujame, redel, releje, reloj, remolcar, roda, roldana, serviola, socaire, soler, soler, sotavento, surgir, talla, tamborete, tiramollar, traste, través, treo, velejar, vertello, veta, viaje, vigota, vigotel, zabra, zozobrar...

GALICISMOS: alijar, amarrar, arandela, arganeo, arpeo, arpón, artillar, atoar, babor, balandra, bao, barloar, bastardo, batel, bauprés, bita, bitácora, bolina, bordo, botar, botar, boya, boza, branque, brebaje, briol, burel, cable, carlinga, cartucho, chalupa, chapuz, chicote, chimenea, corchar, cordón, dala, dardo, draga, enarbolar, engoznar, enmechar, entalingar, equipar, escora, escota, espeque, espolón, estay, estrenque, estribor, flete, flota, flotar, fonil, galerno, gorja, guimbalete, guindaleta, guindaleza, guindar, hacha, halar, izar, levar, lo, lona, malla, masteleo, mástil, matalotaje, mecha, montar, obenque, orinque, ostaga, paje, pique, plancha, quilla, racamento, rebenque, reclame, relinga, sargento, sonda, surdir, tolda, tolete, tonel, tope, trinquete, urca, varenga, vendaval...

ITALIANISMOS: andana, bisoño, canjar, centinela, chaveta, chusma, corsario, crujía, culata, dragante, driza, embestir, escala, escala, esquiraza, estufa, fanal, fragata, macarrón, mandarria, marcar, mena, mercancía, mesana, modelo, pajaril, papahígo, piloto, posta, testa, trinela, troza, zarpar...

LUSISMOS: arfar, balde, botaló, buzo, cabilla, carabela, catre, cazonete, combés, cuña, estanco, estela, giloventear, jimelga, junco, lancha, mallo, perpao, pleamar, poleame, vitola...

Como señaló Vidos ya en 1939 –y le quitó mucho hierro al asunto–, la moda y el prestigio están en el origen del cambio léxico, de la sustitución de un término, patrimonial o prestado, por otro extranjero, o por una creación endógena. Las causas habrá que buscarlas en la continuidad geográfica, la supremacia científico-técnica, la fama y la reputación generadas por ella, para explicar los trasvases de tecnicismos de unas lenguas a otras:

Riguardo alla terminología marinaresca spagnuola, la continuità geografica e storica è innegabile, dato che il catalano ha contribuito efficacemente alla formazione del lessico nautico spagnuolo, cfr. i casi como cat. batayola > sp. batayola, cat. moll > sp. muelle, cat. ormejar > sp. ormajar, cat. paloma > sp. paloma, cat. pallol > sp. pañol, cat. remolcar > sp. remolcar, cat. tercerol > sp. tercerol, esempi che ulteriori ricerche potranno certamente aumentare. [...]

Per [...] sua posizione geografica, la Francia propagò, da una parti, voci marinaresche verso le lingua germaniche, del maditerráneo verso il Nord, e dall’altra, voci marinaresche di origine antico.nordica e in genere germanica verso il baciono mediterráneo, verso Sud. Fu quindi, riguiardo alla terminologia nautica europea, la principale via di transito fra il Mediterraneo ed il Nord, cioè fra la terminologia nautica levantina, di origine greca, araba ed italiana, e quella ponentina, di provinienza antico nordica ed in genere germanica. [...]

Data la supremazia o il posto eminente della marina italiana dal sec. IX al sec. XVIII, i popoli marinareschi, sia del Mediterraneo, sia dell’Europa in genere, erano costretti di venire in rapporto, naturalmente secondo i paesi, in epoche diverse, nel lasso di tempo suaccennato, colla marina italiana, prendendo gente di mare italiana al loro servizio, stipulando contratti di noleggiameni di navi, ecc. [...]. Dunque, l’occasione dei nostri prestiti, cioè dei rapporti fra la marina italiana e le altre marine, è la supremazia o il posto eminente della marina italiana nel periodo suaccennato. I rapporti fra la marina italiana e le altre marine formano le condizioni storiche dei prestiti marinareschi italiani nelle lingue europee. La causa del prestito sarà la moda, il «valore affettivo» e la «necessità» d’introdurre termini marinareschi italiani” (B. E. Vidos, 1939: pP. 142-174).

Los tecnicismos, igual que los objetos y las acciones que designan, dejan de ser útiles muchas veces por su obsolescencia, pero en la mayoría de los casos se trata de una cuestión de falsa novedad.

Una voz como plan, sustituida por estemenara y, ya en el XVII, por orenga/varenga, es un claro ejemplo del influjo de las modas, vinculadas al prestigio, en la historia de la designación de un mismo elemento del casco. Tras la reactivación de los arsenales barceloneses, de mano de genoveses, los catalanismos pueblan los textos de fines del XVI y principios del XVII, como punta del iceberg que supuso la recuperación del prestigio perdido por los constructores catalanes a principios del Quinientos –el plan pasa a llamarse estemenara–. La ruina de los estados peninsulares, incluido el principado, así como la pérdida de la posición privilegiada por parte de Génova, hace que el centro de innovación tecnológica se traslade al norte, a las Provincias Unidas primero y a Francia más adelante. La estemenara, a lo largo del Seiscientos, pasará definitivamente a llamarse varenga..., un germanismo sustituye al catalanismo que reemplazó al viejo plan medieval2 .


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1 E. Coseriu, «Los conceptos de dialecto, nivel y estilo de lengua y el sentido propio de la dialectología», Lingüística Española Actual, III, 1981, pp. 1-32, p. 10.

2 “Para ver más, pueden consultarse: José Ramón Carriazo Ruiz (Cilengua/Universidad de La Rioja) y Patricia Giménez Eguibar (University of Wisconsin-Madison) (2010): «Procesos de sustitución léxica en el tecnolecto naval del Siglo de Oro: neología frente a obsolescencia», Foro Hispánico, 41, pp. 23-39; José Ramón Carriazo Ruiz (2010): «Modelos de definición en terminografía histórica náutica y naval», Los diccionarios a través de la historia, Málaga, Universidad de Málaga, pp. 111-131; -- (2008): «La marca anticuado en el Diccionario Marítimo Español de 1831», Revista de investigación lingüística, Universidad de Murcia, 11, pp. 65-78; -- (2007): «Organización de acepciones en terminografía histórica naval», El diccionario como puente entre las lenguas y culturas del mundo: actas del II Congreso Internacional de Lexicografía Hispánica, celebrado en Alicante, del 19 al 23 de septiembre de 2006, Alicante, Taller Digital de Establecimiento de Textos Literarios y Cientificos S.A., pp. 641-647; -- (2007): «Ictionimia y terminología marinera en la “Recopilación de voces...” de El lenguaje popular de la Cantabria montañesa (1966), de Adriano García Lomas», en: Historia del léxico español, Servizo de Publicacións - Universidade da Coruña, La Coruña, pp. 39-48; -- (2004): «Alegoría, isotopía y léxico técnico en la Navegación del Alma de Eugenio de Salazar», en María Luisa Lobato y Francisco Domínguez Matito (eds.), Memoria de la palabra. Actas del VI Congreso de Asociación Internacional Siglo de Oro, Madrid-Frankfurt, Iberoamericana-Vervuert, pp. 467-476; -- (2003): Tratados náuticos del Renacimiento. Literatura y lengua, Valladolid, Consejería de Educación y Cultura - Junta de Castilla y León / Universidad de Salamanca; -- (2003): «El tecnolecto marítimo del Renacimiento y su uso por autores literarios», Analecta Malacitana, XXVI, 1, pp. 83-118; -- (2002): «Consideraciones lexicográficas y lexicológicas en torno al glosario de vocablos de arquitectura naval de Tomé Cano», en Mar Campos Souto, José Ignacio Pérez Pascual (eds.), De historia de la lexicografía, Lugo, Editorial Toxosoutos, pp. 37-49; -- (2001): «Anemonimia en el español del Siglo de Oro», en C. Strosetzki (ed.), Actas del V Congreso de la Asociación Internacional Siglo de Oro. Münster, 1999, Madrid-Frankfurt,