Diccionario de la Ciencia y de la Técnica del Renacimiento

LA GEOGRAFÍA EN EL RENACIMIENTO


Reyes Arenales Cruz

En el siglo XVI nace en Europa la geografía como ciencia y se recupera el propio término geografía, que en un principio aparece con el mismo sentido que le había dado Ptolomeo: concepción cartográfica de representación o imagen de la Tierra, muy semejante a la corografía y la topografía. Su aparición viene asociada al avance de las técnicas de navegación, exigido por las empresas descubridoras de los pueblos ibéricos y, a la vez, posibilitador de las mismas. Sin embargo, su área de interés pronto se extiende, de modo que en el Renacimiento la geografía abarca todo lo que se refiere al estudio de la Tierra, desde su situación en el cosmos hasta la descripción de países.
Como resulta habitual, el interés por la geografía durante el Renacimiento responde tanto al puro deseo de saber, al cual no era ajeno el intento humanista de recuperación del mundo clásico, como a motivos más prácticos: durante este período, el afianzamiento de las monarquías nacionales convirtió el conocimiento del territorio por parte del poder en una necesidad mayor que nunca. La extraordinaria importancia que cobran en este momento los viajes de descubrimiento, unida a procesos como las negociaciones en torno a la línea de demarcación, incrementaron la conciencia geográfica y elevaron la importancia simbólica y práctica de los mapas, implicando a los cosmógrafos en la náutica y, en definitiva, afirmaron la posición de la geografía en la vida política e intelectual de la Europa del siglo XVI.

1. La geografía y la náutica

En el siglo XV coincidirán dos hechos, ajenos en su origen, pero que se verán mutuamente favorecidos y reforzados entre sí: el conocimiento en Europa de la obra de Ptolomeo y el impulso que la actividad náutica recibe a partir de las exploraciones de los portugueses. La navegación se convertirá en el ámbito donde teoría cosmográfica y saber técnico se unan de manera cada vez más productiva para dar lugar en el Renacimiento a un nuevo sistema de conocimientos. Esta unión llevará a la gran eclosión de la geografía en el siglo XVI. Por esa razón, se hace indispensable un breve recorrido por los dos ámbitos que explique los avances que tuvieron lugar en uno y otro y la relación entre ambos.

1.1 . El redescubrimiento de Ptolomeo

La Guía geográfica de Ptolomeo fue traducida por Manuel Chrysoloras y Jacopo Angriolo hacia 1410, imprimida por primera vez en Vincenza en 1475 sin mapas, y en Bolonia en 1477 con mapas. Ampliamente conocida y estudiada en la península con el título de Cosmografía o de Geografía, su autoridad marcó los siglos XV y XVI y permitió los primeros pasos desde la cosmografía a la geografía en sentido moderno (Randles, 2000: V-3).
El objetivo de la obra era la descripción matemática del orbe habitado, para lo cual emplea por primera vez una proyección cartográfica basada en coordenadas fijas, de modo que los lugares se localizan por su latitud y su longitud. Además, desarrolló –o quizá inventó– las proyecciones cónicas para representar en un plano la esfericidad de la Tierra.
Se le debe, asimismo, la diferenciación entre la geografía y la corografía; esta última describe cada parte singular de la Tierra, fijándose en las cualidades y accidentes de los lugares, en tanto que la primera estudia las partes generales del orbe, atendiendo a la cantidad y simetría entre ellas y expresándolas por medio de puntos, que señalan la situación de los accidentes geográficos y componen la figura de todo el orbe terrestre, por eso, su instrumento fundamental son las matemáticas (Flórez Miguel et al., 1999: 154-55).
El conocimiento de la obra de Ptolomeo lleva así a la reinstauración de la geografía «matemática» o «astronómica», una de cuyas consecuencias será la introducción de mapas con meridianos y paralelos, según las proyecciones del geógrafo.

1.2. Actividad exploradora y viajera

Durante siglos, la navegación europea por el Atlántico se había realizado sin alejarse nunca del litoral y sin traspasar el límite del cabo Bojador, más allá del cual las especulaciones medievales consideraban que la mar hervía y la tierra estaría deshabitada a causa del excesivo calor.
Sin embargo, en el siglo XV, Portugal comienza una serie de exploraciones oceánicas cuyas consecuencias habían de ir mucho más allá de los meros intereses comerciales o de expansión política. Cuando los navíos del infante don Enrique descubrieron las Azores en 1427 y, sobre todo, cuando en 1434 Gil Eanes rebasó el cabo Bojador, los navegantes europeos descubrieron una realidad bien distinta (Broc, 1986: 75).

Que debaxo de la tórrida zona se pueda bivir y sea poblada, son tantos los que van y vienen a las Indias, que Vuestra Magestad tiene y possee y en sus días felices se an descubierto, que hablar en contrario es herror manifiesto. Sola una cosa es de maravillar que affirmasen varones tan sabios esta parte ser inabitable, los quales tenían noticia de Arabia Félix y de Ethiopía, avían oýdo dezir de la Tropobana y de otras provincias situadas debaxo de la tórrida. Plinio escrive que una nao vino por el mar de Persia, por el océano, en rededor de Etiopía […] los de Guinea, Calicut, Gatigara, Malaca, debaxo de la tórrida viven y muchos d’ellos vida larga; y que sea habitada aquella parte. (Cortés de Albacar, Breve compendio de la sphera y de la arte de navegar, 1556: fol. XXIv)

De este modo se inició la serie de grandes descubrimientos que comenzó cuando Bartolomé Díaz llegó en 1487 al extremo austral de África y, tras doblar el cabo de las Tormentas, demostró que este continente no se encontraba unido con Asia por el Sur, es decir, que no existía la Terra Australis que postulara Ptolomeo, sino que el Índico comunicaba con el Atlántico y en consecuencia, la ruta hasta las codiciadas tierras de las especias bordeando el continente africano resultaba factible (Rey Pastor, 1951: 53).
Poco después, a partir de 1492, en menos de veinticinco años, el mundo de los europeos se ensanchó de modo extraordinario. La empresa de Colón consolidaba la visión del mundo antiguo de los geógrafos, que habían sostenido la posibilidad de viajar a Oriente a través del mar exterior, el océano, al mismo tiempo que obligaba a replantear sus dimensiones.
Todos estos viajes habían sido posibilitados por avances técnicos referidos tanto a la construcción de barcos más apropiados para las grandes travesías, como a la utilización de instrumentos de medición astronómica cada vez más perfeccionados. De este modo, en el conocimiento geográfico del siglo XVI quedarán indisolublemente unidos la ciencia teórica, la tecnología y el conocimiento práctico de los navegantes.

1.3. Las cartas de navegar durante los siglos XV y XVI

Las cartas de navegación medievales solo representaban el litoral, acompañado de algunos detalles del interior, como ríos y montes, que pudieran servir de referencia a los pilotos. El hecho de que aparecieran ilustradas con una o, más frecuentemente, varias rosas de los vientos, de donde partían toda una serie de líneas de rumbos que cruzaban el mapa formando una red, explica su denominación de cartas arrumbadas o cartas de compás. Además, iban provistas de una escala o tronco de leguas, graduado en esta medida de longitud.
Estas cartas permitían navegar combinando el rumbo, que se podía seguir con la aguja de marear, y la distancia, obtenida por estima. El método, heredado de la antigüedad, consistía en calcular aproximadamente (estimar) la distancia recorrida en cada singladura, teniendo en cuenta la velocidad del viento, el estado de la mar, las corrientes conocidas, la cantidad de carga que transportaba la nave, su estado de limpieza y cualquier otro factor que pudiera influir en su marcha. De este modo, un piloto experto podía echar el punto, es decir, fijar el punto o posición de la nave en un momento dado. Era el llamado punto de fantasía que, aunque de fiabilidad relativa, pues se realizaba por aproximación, permitía llegar con seguridad al puerto de destino cuando se aplicaba en un espacio de dimensiones limitadas (Cerezo Martínez, 1994: 53).
A pesar de que se conocía la esfericidad de la Tierra, no se disponía de ningún medio para representar en un plano dicha curvatura, por lo que en las cartas arrumbadas la zona abarcada se trataba como una superficie plana y se dibujaban las rosas de los vientos con las líneas de los rumbos en forma de rectas; como resultado, las proporciones de la carta resultaban falsificadas, si bien, al no representarse paralelos ni meridianos, la discrepancia no se hacía visible. A esta fuente de imprecisiones se sumaba el hecho de que las cartas seguían la orientación del Norte magnético, que no coincide exactamente con el Norte geográfico, como consecuencia de lo cual estaban, por así decirlo, inclinadas (añádase que el Norte magnético se trataba como una constante, aunque en realidad difiere de un lugar a otro).
Dado lo reducido del área abarcada, todo esto no suponía errores importantes en cuanto al cálculo de las distancias, de modo que mientras estas cartas se utilizaron en regiones como el Mediterráneo, resultaban suficientes a pesar de sus inexactitudes; sin embargo, al extenderse la navegación al Atlántico, sus deficiencias quedaron de manifiesto.
A lo largo del siglo XVI, la cartografía conoce un resurgimiento impulsado, además de por la recuperación de Ptolomeo y los grandes descubrimientos geográficos, por la difusión de los mapas, facilitada por la imprenta y el grabado.
En efecto, las necesidades de la exploración oceánica exigían cartas dotadas de una cuadrícula de latitudes y longitudes, que permitiera representar la superficie de la Tierra sobre un plano con una proyección matemática consistente. El conservadurismo de los marinos, acostumbrados a las cartas medievales, llevó en un primer momento a cartografiar las nuevas áreas conocidas utilizando las viejas técnicas, pero desde 1550, una cuadrícula de paralelos y meridianos se superpone a la red de los rumbos. Las nuevas cartas trataban la Tierra como una superficie plana (de ahí el nombre de cartas planas), de manera que todos los paralelos se dibujaban como equidistantes, de acuerdo con la proyección rectangular de Ptolomeo; además, representaba iguales todos los grados de latitud y trazaba los meridianos como líneas paralelas (Azevedo e Silva, 1999: 331).
Los portugueses introdujeron a principios del siglo XVI otra innovación: añadieron un meridiano marcado en grados de latitud, la escala de latitudes, «desde el punto de vista de la cartografía científica, el acontecimiento más importante de la primera mitad del siglo XVI», en opinión de Martín Merás (1993: 64). Poniendo en relación la latitud del lugar donde se encontraba la nave con la de la escala dibujada en la carta, se obtenía la diferencia de latitud entre dicho lugar y aquel donde se deseaba ir, y se elegía el rumbo. De este modo, el punto de fantasía se enmendaba con el método por escuadría, mucho más preciso.
Cuando las cartas planas se ampliaron a otras áreas, se descubrió que la proyección utilizada no correspondía a una representación conforme de la esfera terrestre sobre un plano, puesto que la convergencia de los meridianos hace que el valor de los grados de longitud varíe desde el ecuador, donde alcanzan su amplitud máxima, a los polos. Pese a ello, la carencia de un método alternativo prolongó su uso durante bastante tiempo.

No usan ni saben usar los pilotos y marineros de otras cartas sino d’estas planas, como dicho tengo, las quales por no ser globosas son imperfectas  y así dexan de señalar que quanto se van alongando de la equinocial para qualquier de los polos las líneas meridianas se van restriñendo y angostando de tal manera que, si dos ciudades o puntos en la equinocial distassen de longitud sesenta leguas y en los mesmos meridianos a sesenta grados de la equinocial para qualquier de los polos estoviesen otras dos ciudades o puntos, no distarían de longitud sino treinta leguas. (Cortés de Albacar, Breve compendio de la sphera y de la arte de navegar ,1556: fol. LXVIIv)

La solución vendría con la proyección del flamenco Gerardo de Cremer (Mercator), en 1569, cuyo mapamundi, a pesar de deformar las proporciones de las tierras, traza los ángulos correctos y permite medir correctamente la latitud y la longitud (Parry, 1974: 219-220).

1.4. El nacimiento de la navegación astronómica

Los nuevos viajes hicieron inservibles las cartas existentes y las técnicas al uso, ya que en el regreso de Guinea, las corrientes y vientos obligan a alejarse de la costa durante semanas o meses. Como consecuencia, la permanencia del navío muchas jornadas lejos del litoral sin la menor referencia terrestre que permitiera fijar su posición conllevaba la acumulación de los errores de estima, puesto que se sumaban singladuras sin posibilidad de corregirlos. En esta situación, para conocer el punto, hubo que recurrir a métodos astronómicos (Casado Soto, 1992: 70). Hacia 1460, los portugueses sustituyeron la navegación costera, a brújula, meramente estimativa, por una navegación astronómica, que tomaba la altura de los astros para obtener el punto de la nave.
Los antiguos procedimientos de la astronomía para determinar la latitud en tierra se aplicaron ahora al mar y se perfeccionaron con la introducción de instrumentos como el cuadrante y el astrolabio, con el fin de crear una técnica de navegación útil en viajes largos. Más tarde, cuando los viajes llegaron al hemisferio Sur y la Polar dejó de ser visible, fue necesario idear una regla para determinar la latitud por la Cruz del Sur, tarea difícil debido a las limitaciones del conocimiento matemático. Se tomó como sustituta entonces la altitud meridiana del Sol, que requirió otra vez de nuevos instrumentos, como la ballestilla (Parry, 1974: 206-207).

1.5. El problema de la determinación de la longitud

La determinación de la longitud, conocida como leste-oeste o el punto fijo, se hizo necesaria en los largos viajes transoceánicos. Los intentos de solución propuestos en la época, entre los que se cuenta el minucioso de Alonso de Santa Cruz (1567, Libro de las longitúdines), resultaban impracticables o inexactos, ya que el único procedimiento preciso para determinar la longitud en el mar consiste en comprobar la diferencia horaria entre dos meridianos, lo que exige relojes de precisión, de los que no se dispuso hasta la invención del cronómetro marino en el siglo XVIII.
Debido a esta dificultad, la determinación de la longitud se llevaba a cabo por estima, calculando la distancia recorrida por la nave. Comúnmente, se tomaba como meridiano cero el de la isla del Hierro, considerada en la Antigüedad el extremo más occidental del mundo (longitud absoluta), pero se podía calcular a partir de cualquier otro (longitud respectiva), lo que la convertía siempre en una medida relativa.

1.6. Nuevas técnicas de navegación

Los marinos portugueses y andaluces heredaban dos tradiciones de navegación, la atlántica y la mediterránea. De esta última aprendieron los métodos de orientación basados en la brújula, procedimientos para escribir las direcciones detalladamente, la elaboración y uso de cartas de marear y el hábito de mantener una estima regular y cuidadosa. La tradición atlántica, por el contrario, mucho más primitiva en lo referente a este tipo de técnicas, aventajaba considerablemente a la de sus colegas del Sur en lo relativo a las mareas, corrientes de marea y configuración del fondo (Vilchis y Arias, 1992: 26), ya que las mareas son mucho más significativas en el Atlántico que en el Mediterráneo y se precisa conocer  las horas de pleamar y bajamar en cada puerto, así como la profundidad que en tales horas presenta el agua en esos lugares y la dirección de las corrientes de marea (Parry, 1974: 60).
De la tradición atlántica, los navegantes ibéricos adquirieron también la costumbre de sondar continuamente –la sonda, además de avisar del peligro, ayudaba a fijar la posición, ya que las muestras tomadas del fondo marino servían como señal para conocer el paraje en que se hallaba el barco–, y aprendieron a cuidarse de las corrientes de marea (Parry, 1963: 90). Los rutters o derroteros, como la Hydrografía de Andrés de Poza (1585), mostraban a los marinos cómo hacer frente a todas estas circunstancias.
La navegación oceánica por el Mar del Norte e Irlanda aportó, asimismo, una rosa de los vientos mucho más completa que la tradicional en el Mediterráneo: los doce rumbos habituales en este mar se multiplicaron hasta los treinta y dos de la rosa que hoy conocemos, la cual, si bien se empleaba ya en el siglo XIV, se impone en el XVI por sus ventajas para la navegación (Azevedo e Silva, 1999: 330). Además, las denominaciones tradicionales en el sur de Europa fueron sustituidas por las utilizadas en los mares septentrionales, que constituían una terminología sistematizada y mucho más práctica.

1.7. La Casa de la Contratación

El descubrimiento de nuevas tierras y la explotación de sus riquezas llevaron a los Reyes Católicos a crear la Aduana de Cádiz, con el fin de regular el tráfico de mercancías. Pronto esta institución se mostró insuficiente, por lo que se estableció en Sevilla, en 1503, la Casa de la Contratación que, aunque al principio se limitó a una función comercial, pronto asumió tareas de formación de pilotos, ya que la navegación atlántica exigía de estos ciertos conocimientos –aunque fueran elementales– de astronomía. También se encargó de la elaboración y mantenimiento del Padrón real (Pardo Tomás, 2006: 52). En 1508, la reina Juana estableció el cargo de Piloto Mayor que, entre otras competencias, recibió la de dirigir la confección de dicho padrón. Ocuparon este puesto Fernández de Enciso, Alonso de Chaves, García de Palacio y García de Céspedes, entre otros.
El primero que dirigió la Casa de la Contratación fue Américo Vespucio; el cuarto y el quinto, respectivamente, Alonso de Chaves y Zamorano. Después, pasó a depender del Consejo de Indias, donde en 1552 se decidió crear una Cátedra de Cosmografía y Arte de Navegar que asegurara la formación de los pilotos, cuyo primer encargado fue Jerónimo de Chaves, hijo de Alonso, y más tarde, Alonso Zamorano (Pardo Tomás, 2006: 53-59). 
En 1523 se crea el puesto de Cosmógrafo de hacer cartas e instrumentos, desempeñado por Chaves, Pedro Mejía y Alonso de Santa Cruz (que ocuparía más tarde un oficio de alto rango: el de Cosmógrafo-cronista Mayor del Consejo de Indias); todos ellos, matemáticos de gran experiencia, habían participado en la confección del Padrón Real de 1530 (Pardo Tomás, 2006: 60- 61).

1.7.1. Los textos para la instrucción de marinos

Destinados a la formación de los navegantes, se publicaron numerosos libros, que conocieron múltiples reediciones y traducciones, lo que indica que existía un público interesado más allá de los pilotos. No obstante, algunos autores vieron limitada la edición de sus libros por considerarse materia reservada; de hecho, muchos textos náuticos, principalmente los derroteros, no llegaron a imprimirse para evitar su uso por corsarios y por quienes no fueran súbditos de Felipe II, de modo que circularon únicamente en copias manuscritas (Pardo Tomás, 2006: 54-55); destaca entre ellos el Itinerario de Juan Escalante de Mendoza. Los tratados del arte de navegar incluían una parte teórica, fundamentalmente cosmográfica, y otra práctica. Los regimientos de navegación, más sencillos, solo se ocupaban de la parte práctica, por lo que eran preferidos por las personas de menor instrucción.
Pedro de Medina fue el autor más conocido de textos náuticos (1545, Arte de navegar; 1563, Regimiento de navegación); también gozaron de gran difusión los tratados de Cortés de Albacar (1556, Breve compendio de la sphera y de la arte de navegar) y Rodrigo Zamorano (1588, Compendio del arte de navegar), así como los de Diego García de Palacio (1587, Instrución náuthica).

1.7.2. El Padrón Real

La Casa de Contratación publicaba tres tipos de cartas: la carta universal o padrón oficial, las realizadas por cosmógrafos sobre el padrón, y las cartas y planos entregados por pilotos para actualizar este último.
Se denominaban padrones las cartas de marear que servían como modelos para la elaboración de otras, que se copiaban simplemente calcándolas, o bien reduciéndolas o ampliándolas por cuadriculación, lo que se decía reducir a un punto mayor o menor. Una de las tareas de la Casa de la Contratación consistió en elaborar un padrón oficial que sirviera como modelo «homologado» para todas las cartas: el Padrón Real.
El Padrón Real constituía un modelo revisable, sobre el que se sacaban las copias que se vendían para llevar en los barcos. Trazado generalmente en pergamino, se complementaba con un libro que recogía las observaciones aportadas por los pilotos y se sometía a correcciones cada cierto tiempo a partir de la información que se iba renovando.
Los padrones reales sirvieron de referencia en toda Europa y en su elaboración intervinieron los matemáticos y cosmógrafos de más prestigio.

1.8. Los mapas más allá de la geografía

Debido al peso de la tradición medieval, las descripciones escritas del mundo conviven aún en esta época con las gráficas –por eso la voz descripción se refiere tanto a las unas como a las otras–. A pesar de ello, entre finales del siglo XV y comienzos del XVII, el número de mapas en circulación en Europa pasó de unos pocos miles a millones, al tiempo que se multiplicaron sus aplicaciones políticas y económicas (Woodward, 2007: 11).
Frente a la costumbre de los mapas medievales y árabes, en el XVI el uso de la brújula impuso situar arriba el Norte, que se indicaba en las rosas con una flor de lis, sustituida en algunos casos por una cuña o triángulo despuntado. La cruz al Este probablemente señalaba a Jerusalén.
Las escalas se solían dibujar en la parte superior o inferior del mapa, raramente en los márgenes. Se dividían en espacios de cincuenta millas, subdivididos a su vez en otros de diez millas, alternando un espacio blanco y otro punteado.
La cartografía era utilizada por todos; para los matemáticos, cosmógrafos y cosmólogos, se convirtió en una fuente inagotable de investigación y de resolución de los múltiples problemas de tipo teórico que planteaba, los militares la necesitaban para sus campañas; ayudaban en la planificación de operaciones militares, construcción de fortificaciones y exploración de rutas comerciales, en particular, de las marítimas; en Hispanoamérica, incluso servían para distribuir los recursos humanos o la tarea evangelizadora; su autoridad científica se invocó para establecer las reclamaciones territoriales de los dos imperios ibéricos (Padrón, 2004: 8-9).

2. CAMBIOS EPISTEMOLÓGICOS

Los avances descritos trajeron consigo importantes transformaciones en la cosmovisión occidental y en la teoría de la ciencia, tanto en lo que se refiere al concepto, límites y métodos de la geografía, como en la imagen de la Tierra y en la propia idea del espacio, transformaciones que se traducen en nuevas denominaciones y en cambios semánticos que conllevan la reestructuración de algunos campos.

2.1. Cosmografía y geografía

En el Renacimiento, los significados de cosmografía, geografía, corografía y topografía no eran los mismos en todos los autores. Una de las acepciones más comunes de cosmografía, que encontramos en Apiano (1575, Cosmographía), se refiere a la descripción matemática de todo el cosmos (la esfera terrestre y las celestes), a través de las proyecciones esféricas, y da cuenta de los cuatro elementos de la esfera sublunar. Pero el término también hace referencia específica al globo terrestre, estudiado matemáticamente a través de las coordenadas geográficas. Junto al dominio de saberes tradicionalmente universitarios, como las matemáticas o la geografía, la cosmografía incluía otros conocimientos de tipo práctico, entre los que figuraban la cartografía, la construcción de instrumentos o el arte de navegar (sobre todo, la navegación astronómica), que se producían en otros ámbitos fuera de la universidad, vinculados a intereses comerciales.
Sin embargo, ya algunos autores en este momento trataron de deslindar la geografía  de la cosmografía, según su foco de interés. Partiendo de Ptolomeo, consideraban la cosmografía como una descripción general del mundo que incluía las esferas celestes, en tanto que la geografía se ceñiría al ámbito de la Tierra. A su vez, esta disciplina, de carácter más general, se diferenciaría de la corografía o topografía (sinónimos en la época), que se ocupaba de la descripción más pormenorizada de lugares particulares, como villas, pueblos o países.

2.2. Concepciones tradicionales de la Tierra

La cosmovisión clásica había formulado varias concepciones del mundo diferentes que más tarde heredaría la cultura europea hasta que, a partir de finales del siglo XV, la experiencia de los viajes las transformara.
La más primitiva de ellas, que se extiende desde Homero hasta Anaximandro o Hecateo (s. V a. C.), representa la Tierra como un disco plano, donde el océano externo rodea enteramente la ecúmene o tierra habitada, que los romanos denominaron más tarde orbis terrarum (el significado original de orbis es ‘superficie circular’) (Randles, 2000: 13-14). Esta imagen, que se mantuvo durante la Edad Media, divide el mundo habitado en tres partes (no continentes), Asia, Europa y África.
La esfericidad de la Tierra, sin embargo, era conocida desde la Antigüedad, y constituía la base de otras concepciones que presentaban a su vez importantes divergencias. La teoría aristotélica, por un lado, concebía un mundo compuesto por cuatro esferas concéntricas, correspondientes a cada uno de los cuatro elementos, ordenados según sus respectivas gravedades: en el centro la tierra, la más pesada, rodeada sucesivamente de agua, aire, y finalmente, la esfera del fuego, la menos pesada, las circundaría a todas (Randles, 1980: 15). Para poder explicar la existencia de tierra firme fuera del agua, las teorías pseudoaristotélicas de la escolástica tardía imaginaban que las esferas de tierra y agua no eran exactamente concéntricas, sino que la tierra ecúmene emergía fuera del mar como una isla, siguiendo el símil de una manzana que flotara en un líquido asomando fuera una parte.
Otras dos concepciones defendían la existencia de una única esfera, compuesta de agua y tierra, pero la distribución que imaginaban para ambos elementos era totalmente opuesta en una y otra. Crates de Mallos (ca. 160 a. C.) imaginaba una esfera constituida por un globo de agua con cuatro grandes islas, distribuidas simétricamente en otros tantos puntos opuestos e incomunicadas entre sí por inmensas extensiones de océano. Ptolomeo, por su parte, en lugar de cuatro grandes masas secas en medio de un océano, concibe la ecúmene como una sola y enorme extensión continua donde era el agua la que formaba varias masas aisladas, a modo de gigantescos lagos. Por un error de cálculo, alargaba la tierra excesivamente hacia el Este, de modo que los extremos de Europa y Asia se aproximaban mucho más de lo que están en la realidad y África se prolongaba por el Sur hasta unirse con Asia; de este modo, el océano Índico resultaba un mar cerrado por un continente austral: la Terra Incognita (Broc, 1986: 14).

2.3. Hacia una nueva concepción del mundo

Tras los viajes de los siglos XV y XVI, la mar océana, hasta entonces ilimitada, se volvió finita y el Atlántico se reveló como un inmenso canal entre dos costas continentales (Parry, 1974: 279). El descubrimiento del estrecho de Magallanes desplazó definitivamente las ideas ptolemaicas que creían el Atlántico cerrado al sur por una gran masa de tierra que se prolongaba hasta Asia (Martín Merás, 2000: 82).
A partir de los nuevos datos, la teoría de las esferas de agua y tierra va siendo sustituida por concepciones que hablan de un solo cuerpo esférico, que ya la tradición parisiense medieval había llamado agregado de tierra y agua (Randles, 1980: 71-76) y que se ve reforzada por argumentos matemáticos. La Suma Geográfica de Fernández de Enciso (1530), primera síntesis geográfica impresa sobre los descubrimientos de los pueblos ibéricos, asume el concepto:
La tierra es el çentro que está en medio, e después está el agua que la cerca en derredor; pero tú has de tener que el agua e la tierra es todo juntamente un cuerpo, en el qual está la tierra a una parte y el agua a la otra, e todo junto es el centro; e no lo uno sin lo otro, porque la tierra no cerca al agua, ni el agua a la tierra. (Fernández de Enciso, Suma de Geographía, 1530: fol IIIv).

De las siete denominaciones con que los autores de nuestro corpus designan la esfera terrestre, cuerpo esférico, globo terrestre, mundo, orbe, agregado, globo de tierra y agua, tierra y agua, las tres últimas hacen referencia explícita a la noción comentada de la Tierra como un cuerpo mixto de los dos elementos, en tanto que las otras cuatro se fijan en la forma esférica del mismo. Con frecuencia, los autores que utilizan estas últimas voces insisten en el hecho de que la esfera se compone de agua y tierra:
Si los consideramos a entrambos juntos, no haziendo división del uno ni del otro, constituyen cuerpo sphérico, el qual consta de agua y tierra. (Chaves, Tractado de la sphera, 1545: fol. XVIIv)
Algunos podrían dezir que esta razón no concluye, porque dirían que no sola la Tierra se movía, sino el globo de tierra y agua junctamente. (Chaves, Tractado de la sphera, 1545: fol. XXXIVr)
Pues los rumbos son 32 el mundo, es a saber tierra y agua, ternía en redondez diez mil y ochenta leguas. (Medina, Arte de navegar, 1545: fol. 23r)

2.4. Las cuatro partes del mundo y los continentes

El esquema clásico del mundo habitable condicionaría durante bastante tiempo la visión de los europeos, que durante un tiempo mantenían la certeza de que las nuevas tierras debían de estar conectadas con Asia, de la que constituirían una especie de inmensa península. El descubrimiento del Pacífico por Vasco Núñez de Balboa en 1513, reforzado en 1520, cuando la expedición Magallanes-Elcano hallara el estrecho que comunica el Atlántico con el Pacífico, demostró que estaban en lo cierto quienes afirmaban que las tierras recién descubiertas constituían un nuevo mundo, no solo separado, sino fundamentalmente distinto del viejo (Parry, 1974: 280).
El reconocimiento de que las partes o partidas de la tierra habitada no son tres, sino cuatro, añadiendo América, supone el derrumbe de la noción de una ecúmene como un bloque y la consideración de cada una de las cuatro partidas como masas continentales y no como partes de una única masa.
Una mutación conceptual de tanto calado ha de verse reflejada necesariamente en el lenguaje. Lo mismo el término orbe que su sinónimo mundo habían heredado en castellano la ambigüedad del latín en sus acepciones geográficas: designaban tanto la esfera como la tierra habitada. Por eso, cuando se empiecen a concebir las tierras descubiertas como algo separado de Asia, se las denominará nuevo mundo o nuevo orbe, lo que indica el reconocimiento de una tierra habitada diferente a la conocida hasta entonces (Randles, 2000: I-13).  El término sintetiza toda la convulsión que en la cosmovisión europea se produce a lo largo de estos años. A partir de aquí, las voces orbe y mundo van perdiendo la acepción de ‘tierra habitada’, puesto que el concepto desaparece, y se referirán únicamente a la esfera.
Como consecuencia, todo el campo semántico de los términos que designan la tierra se reestructura: la expresión tierra firme en los portulanos del siglo XV suele emplearse para distinguir la tierra continental de las islas de Europa y Asia. Probablemente, se trataba de un término de uso marinero que no expresaba un concepto geográfico equivalente a nuestro continente, sino que más bien diferenciaba las masas grandes de tierra de las pequeñas (islas, islotes y bajíos), sin que ello significara entrar a considerar la auténtica realidad de las primeras (Washburn, 1995: 52-53).
Las Indias –Tierra Firme– e Islas Ocidentales, que los muy Cathólicos Reyes don Fernando e doña Isabel, de digna memoria, descubrieron, son muy pobladas y están debaxo de la tórrida zona. (Fernández de Enciso, Suma de Geographía, 1530: fol. IVv)
Por la carta de marear se conocen cinco cosas: […] la tercera los grados de altura o apartamiento de la equinocial en que está cada tierra, assí firme como isla, puerto, río, isleo, baxo o banco. (Çamorano, Compendio del arte de navegar, 1588: fol. 39r)

Continente mantiene aún el sentido latino de ‘continuo, ininterrumpido’, ilustrativo del concepto al que se refiere. El significado actual lo adquirirá cuando la geografía abandone definitivamente la idea de tierra habitada, dividida en partes o partidas; ambas voces serán sustituidas por continente, al mismo tiempo que las nociones que designaban se vean arrinconadas por una nueva.
Los otros términos del campo semántico, península, isla, istmo, resultan modificados y precisados a la par que el de continente (Broc, 1986: 69). Todavía en 1553 Hugo de Celso define: «YSLA, es un continente o espacio de tierra que de todas partes es cercado de agua, quier sea de agua del mar, quier de otro río.» (Hugo de Celso, Reportorio universal de todas las leyes d’estos reynos de Castilla, 1553: fol. CCCXXXIXv).
Sin embargo, Gemma Frisio, en la traducción de Pedro Apiano (1575, Cosmographía: fol. 29r), define así los cuatro conceptos:
La Tierra se parte por las aguas en quatro maneras, porque, o çerca totalmente la tierra, y se dize isla, como Rodas [...].
O es península, que es parte de la tierra, la qual no es totalmente isla ni tierra firme, sino çerrada casi por todas partes, y queda un pedaço de tierra, por la qual se junta con la tierra firme. [...]
O es isthmo, que se dize una parte de tierra comprehendida entre dos mares, y, propiamente, es camino al chersoneso o península, como el isthmo corintiaco, entre Achaia y la Morea [...].
O continente, que se dize toda tierra firme que no es isla, ni península, ni isthmo. Y puesto que reciba en sí algunos senos de mar y puertos, pero toda está apegada entre sí, como España, Francia, Alemaña y las partes d’ellas.

Por fin, el término océano dejará de designar la masa de agua que rodea la tierra para referirse, como nombre común, a cada una de las grandes extensiones de mar en que ahora se sabe dividido, y el Atlántico, lejos ya de su imagen mítica, empezará a ser representado por la cartografía  científica (Randles, 2000: II-1).

2.5. Abstracción y matematización del espacio

La geografía ptolemaica aplicaba la geometría de Euclides al mundo conocido, sobre el que proyectaba una gran cuadrícula, donde se prescindía de los aspectos cualitativos para atender únicamente a los cuantitativos. La vieja noción de ecúmene, en la cual los lugares se hallaban jerarquizados tomando como centro de referencia los países europeos del Mediterráneo, se sustituyó en la geografíadel Renacimiento por la de orbe terrestre, construida de acuerdo con un concepto de espacio abierto en el que no existe un centro definido, sino un sistema reticular de coordenadas que permite situar cualquier punto de la esfera terrestre (Flórez et al., 1999: 161).
Las exploraciones oceánicas establecieron una posición epistemológica mucho más innovadora, la fundamentación matemática de la ciencia aplicada a la navegación, que subordina el navegar por arte, saber práctico basado en la experiencia, al navegar por razón, esto es, según un método matemático (Leitão, 2006: 185-187).
La rápida extensión de esta mentalidad queda demostrada por la aparición en España de manuales de navegación, como los ya citados de Medina (1545) y Cortés de Albacar (1556), que difunden los nuevos conocimientos y reflejan el enfoque más técnico del oficio (Broc, 1986: 66). De este modo, los navegantes ibéricos aportaron a la matematización del espacio terrestre, heredada de Ptolomeo, la experiencia de sus viajes, que demostró lo equivocado de muchas ideas medievales y, en consecuencia, modificó definitivamente el paradigma cosmográfico medieval al tiempo que transformó decisivamente la noción de espacio (Flórez Miguel, 1985: 20).
La cultura medieval pensaba más en términos de lugares, concretos, perceptibles, que en los de espacio abstracto; el término espacio designaba solo un intervalo cronológico o topográfico entre dos puntos (Padrón, 2004: 58-59). A lo largo de los siglos XV y XVI, la cosmografía, disciplina académica en la Edad Media, pasó a abarcar otras materias, como navegación y elaboración de mapas, de modo que se extendió fuera del ámbito universitario y entró a formar parte de los conocimientos de los navegantes. Cosmógrafos y pilotos compartían  un compromiso con la abstracción geométrica como el método preferido para cartografiar la Tierra, así como con el perfeccionamiento de los mapas a escala. Es entre este grupo donde el término espacio empieza a referirse a una extensión relativa a un plano (Padrón, 2004: 49-51), acepción que ha pasado a ocupar el primer lugar en los diccionarios actuales.

3. OTRAS APORTACIONES

Los avances de la nueva ciencia geográfica encontrarán muy pronto otras aplicaciones prácticas y otros campos en los que manifestarse, a los que no podemos dejar de hacer mención, aunque sea brevemente.

3.1. La geografía al servicio del poder político

El interés por la geografía, impulsado a la vez por el intento humanista de recuperar el mundo clásico y por el afianzamiento de las monarquías nacionales, que llevó a una importante ampliación de las fronteras de cada Estado, refleja la nueva visión renacentista de la ciencia como poder capaz de transformar las cosas.
La ciencia se vincula a los intereses del poder, que incluían el conocimiento, control y explotación de territorios y de los seres que los poblaban, conocimiento que la monarquía española aplicó en dos ámbitos: la colonización de América y la geopolítica militar europea (Pardo Tomás, 2006: 42- 43). Las exigencias prácticas de estas políticas reclamaban el desarrollo de disciplinas técnicas, una de las cuales fue la cartografía, ya que, en la conflictiva Europa de los siglos XVI y XVII, el valor de los mapas para la inteligencia militar los convirtió en elementos estratégicos de enorme importancia.
La geografía se aplicó también a otros aspectos prácticos, como muestran los tratados de fortificaciones y de disciplina militar, o los de construcción, ingeniería y minería. La triangulación geodésica elemental (distinta de la moderna) fue descrita por primera vez por Gema Frisius en su Libellus de locorum describendorum ratione (1533), incluido en su edición de la Cosmografía de Pedro Apiano (López Piñero, 1986: 98).
También se retoma de la geografía clásica la parte descriptiva: los europeos se interesan por sus propios países, iniciando así la geografía regional o corografía, que se traduce en relatos de viajeros –como Pedro Mártir de Anglería o Enciso, el primer geógrafo moderno–, grandes colecciones de viajes o descripciones del Nuevo Mundo. En Europa se publicaron durante este período numerosas narraciones de viajes, algunas de las cuales conocieron un enorme éxito. Es significativo que la palabra descubrimiento se empezara a utilizar con sentido geográfico en el siglo XV.
Fruto del interés del poder por conocer y controlar sus territorios fueron las numerosas descripciones cosmográficas y topográficas realizadas desde los Reyes Católicos y que culminaron con Felipe II, con un ambicioso programa que incluía la geografía humana, la geografía física y la cartografía peninsular. Con este fin, se encargaron descripciones tanto de España como de los territorios conquistados, para las que se utilizaron cuestionarios que recogían datos sobre aspectos humanos, económicos e históricos (Líter, Sanchís y Herrero, 1992: 51).

3.2. La geografía y el descubrimiento

Aún durante el siglo XV el peso de la autoridad de los clásicos era tal que se concedía más crédito a sus descripciones que a los relatos de viajes de sus contemporáneos. El descubrimiento del nuevo continente enfrentará a los españoles al reto de escribir relatos sin modelos clásicos previos y crear de este modo sus propios modelos. Fernández de Enciso tuvo la osadía de dar entrada en la cosmografía a unas tierras sin tradición en esta ciencia y tras él lo harán otros.
El enfrentamiento directo con las realidades americanas y con los problemas prácticos que plantearon puso de manifiesto la insuficiencia de los conocimientos de los antiguos, de modo que se invirtieron los juicios de valoración histórica (López Piñero, 1979: 158). Los cronistas de Indias convirtieron un género historiográfico típicamente medieval, como la crónica, en un instrumento moderno de organización de conocimientos y de reflexión científica del mundo geográfico, proponiendo así modelos para una forma diferente de describir el mundo. Si es cierto que su objetivo no se dirigía a escribir una obra sistemática de geografía –cometido propio de los cosmógrafos–, los superaron sin embargo en la descripción del territorio y sus habitantes; inventaron nuevos métodos de describir, prestando rigurosa atención a circunstancias topográficas, hidrográficas y climáticas, fijaron posiciones de las tierras, con latitudes y distancias (datos que otros tomarían después de ellos) y asociaron el mundo de la naturaleza y de lo social en una visión integradora.

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