os datos biográficos no son demasiado concluyentes. Parece que realizó estudios en Alcalá y Salamanca. Ordenado sacerdote, en 1536 obtuvo una capellanía en su pueblo natal. En edad muy avanzada fue nombrado canónigo de la catedral de Granada, donde probablemente murió. Se dedicó a la enseñanza, principalmente de las matemáticas, si bien no fue profesor universitario.

Moya fue autor de diversas obras de cálculo mercantil, álgebra, geometría, astronomía, geografía y náutica, con las que, a través de sucesivas reediciones, revisadas y perfeccionadas, desarrolló una importante labor de divulgación de los conocimientos matemáticos en la España del siglo XVI.

El Manual de contadores no es más que una nueva versión del Libro de cuenta (Toledo, J. Ferrer, 1554), con modificación del título. Corresponde a un manual de cálculo mercantil, género muy en boga por aquella época. El afán divulgador queda patente desde la portada, toda vez que su propósito explícito, además de contener «lo que un contador ha menester saber», es que «los que no saben escrivir, con oýrlo leer, sepan contar y convertir de memoria unas monedas en otras. Con unas tablas al fin en guarismo y castellano, para averiguar con facilidad las cuentas de los réditos de los censos y juros, según usança de España y otros reynos». El carácter pedagógico se revela en la profusión de ejemplos, de suerte que «qualquiera de mediana habilidad, con poco trabajo, aprenderá a contar sin maestro».

Quizá lo más llamativo sea la especificación de la materia, detallada por páginas, de acuerdo con los intereses de los diversos tipos de destinatarios, que desglosa en la Carta al lector: «El que quisiere saber las proporciones de música especulativa»; «los plateros, para las aleaciones de oro y plata»; «lapidarios, o tratantes de perlas o piedras preciosas»; «el soldado, para hazer esquadrones y para otras cosas de su arte»; «los labradores»; «los carpinteros, para dividir una redondeza de un círculo, o las lanternas que ellos dicen»; «los medidores de tierras»; «el que quisiere saber cosas del tiempo»; «el que quisiere saber el cómputo para sacar la celebración de las fiestas movibles»; «los geómetras, para medir alturas, distancias y profundidades»; «los albañires»; «los reloxeros y los que quisieren saber la hora de día o de noche, y hazer reloxes con agua o arena»; «los marineros o pilotos»; «los que quisieren saber usar del instrumento que dizen astrolabio»; «los aficionados a la Astronomía»; «los gramáticos, para entender algunos passos difíciles de los escritores, y para la materia de ponderibus et mensuris y de carateres de cuenta que usa Cicerón, y Plinio y otros autores, y para las nonas, idus y kalendas»; «el legista, para entender algunas leyes que suelen remitir a contadores»; «los lógicos y filósofos naturales»; «los filósofos que quisieren ver cosas de naturaleza o meteoros de Aristóteles», etc.

En esta plasmación de la «paideia» pueden, tal vez, rastrearse inquietudes de raíces espirituales vigentes en la Europa de aquel período. (En Nicolás Antonio, Biblioteca Hispana Nova, Madrid, Joachimi de Ibarra, 1783 (ed. facsímil, Madrid, Visor, 1996, I, p. 757); J. M.ª López Piñero et alii, Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, Barcelona, Ediciones 62, 1983, s. v. Pérez de Moya, Juan).

Ejemplares y otras ediciones

Madrid, Pedro de Madrigal, 1589: Madrid, Biblioteca Nacional, R/21990.

Arithmética de Moya, intitulada Manual de contadores, Alcalá de Henares, Juan Gracián (a costa de Francisco López), 1582: Palma de Mallorca, Biblioteca Pública del Estado, 22.342.